Absalón Méndez Cegarra
El refrán o decir popular que nos
sirve de título al presente artículo, cuya autoría desconocemos, ha sido
llevado al campo musical por el cantante
español Julio Iglesias. El refrán resume la conducta de quienes
insistimos en el error aun cuando estamos conscientes que lo estamos
cometiendo reiteradamente.
Este decir popular, sumamente
gráfico, es aplicable a la política y políticos de la Venezuela actual y,
podría añadírsele otro, un pasaje
bíblico, muy del gusto de un personaje
que no vale la pena nombrar: “no hay peor sordo, que el que no quiere oír; ni
peor ciego, que el que no quiere ver”.
En Venezuela, por interés o
ingenuidad, tenemos políticos que se hacen llamar opositores, a no sabemos qué cosa, que no son tales, que compran un discurso
presidencial totalmente falso: el del diálogo.
Nicolás Maduro y sus seguidores
ya cuentan con estadísticas y las muestran públicamente que dan cuenta de las
veces que el Presidente ha invitado y convocado al diálogo, a la mal llamada oposición política
venezolana, la cual, para la mayoría de los venezolanos, no existe y la que se autodenomina así, carece de
representatividad y confiabilidad.
Un diálogo, no puede ser una
palabra que se vocifera a menudo para engañar incautos y, ¡vaya que los hay, de todo pelaje! Un diálogo, en materia
política, es un proceso, diríamos de negociación, que supone, como mínimo,
primero, la existencia de algo objetivo, real, que existe, un problema o
desacuerdo político sobre determinada materia de interés público, por ejemplo. Segundo, el reconocimiento de
dicho problema por los actores
políticos. Tercero, que los actores
políticos intervinientes en el diálogo
tengan representatividad y capacidad de decisión. Cuarto, una firme y decidida
voluntad de los actores políticos para
llegar a acuerdos y cumplirlos. Quinto, que las reglas que regulen el proceso
de negociación estén claras y sean respetadas por las partes. Sexto, que haya
voluntad para admitir el éxito o fracaso del proceso de negociación que termina
en diálogo y determinar los factores que lo hicieron posible o no.
Ninguna de las condiciones
anteriores está presente en el momento político actual de Venezuela. El
gobierno nacional llama al diálogo como
una palabra más que suena bien a determinados oídos nacionales e
internacionales; pero, en el fondo, no quiere, ni desea dialogar, además, no
considera que deba hacerlo, y, a decir verdad, no encuentra con quien hacerlo,
pues, a la posible contraparte, la
descalifica de inicio, cerrando toda posibilidad de negociación-conversación.
Y, en lo que respecta a la contraparte, llamémosla, MUD o alianza opositora,
ya, carece de representatividad alguna para sentarse a negociar en nombre de la
población venezolana. La MUD, no representa a nadie, ni siquiera a los partidos
que la integran. La MUD ha vivido de un espejismo, atribuyéndose un capital
político-electoral que no tiene. El electorado que la MUD supone le pertenece
no es de ella. Es la voluntad de un pueblo que se expresa, simplemente, en
contra de un gobierno que ha destruido la sociedad nacional; por consiguiente,
cualquiera que se ubique en esa dirección
contará con ese favoritismo popular.
Nadie, conscientemente, puede entender que señores como Julio Borges
(Presidente de la AN, un Poder Público) y Luis Florido, sean los convocados por
el gobierno para dialogar. Los
negociadores, respetados señores, de entrada, afirman, que hay desconfianza
entre los actores de una y de otra parte y no hay garantía que el gobierno
cumpla los acuerdos a los que se llegue. Ante esta situación, necesario es
concluir, que, en Venezuela, no hay condiciones para un diálogo entre el
gobierno y las personas que fervientemente llama para dialogar. Nos
preguntamos. ¿Por qué el gobierno no llama a otros factores que le son adversos
distintos a la MUD? ¿Por qué no invita a dialogar a los trabajadores, a
profesores universitarios, académicos, políticos de otras ideologías, a
campesinos, comerciantes, empresarios, amas de casa, ancianos, enfermos, al
verdadero pueblo de Venezuela? En estos sectores encontrará mejores temas sobre los cuales discutir, negociar y
dialogar con sinceridad.
La MUD debe bajarse de las nubes.
Está descalificada como vocera e
intérprete de la crisis nacional. Carece de representatividad, debe
admitirlo y ceder espacios a otros actores menos comprometidos y menos
responsables de lo que se vive en Venezuela. Su discurso reiterativo de las
condiciones para negociar está desgastado. Son
muchas las veces que ha tropezado con la misma piedra.
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