En fecha reciente ha muerto un
hermano biológico. La muerte es un riesgo cierto al que está expuesto todo ser
vivo. La muerte es un hecho inevitable. Es esperada, aunque no sabemos cuán do,
cómo y dónde ocurrirá. La muerte nos sorprende en cualquier momento. Pero, hay,
sin duda, factores que la propician: la enfermedad o accidente, la falta de
atención médica oportuna y de calidad, de medicinas, de alimentos, el abandono
familiar e institucional, y, la decisión voluntaria de ponerle fin a la vida:
el suicidio.
Al hermano, es duro decirlo, lo
mató el hambre y la desatención. Durante muchos años se desempeñó como empleado
al servicio de la U.C.V. Fue buen
trabajador. Cumplidor de sus obligaciones laborales y familiares. Serio y
responsable. Honrado y honesto. En el
año 2014 hizo efectivo el derecho a la jubilación. El monto de la pensión de
jubilación, la pérdida del poder adquisitivo de la misma y la escasez de
alimentos y medicinas, no le permitieron alimentarse bien y atender sus
problemas de salud. Años antes, la
delincuencia le había arrebatado a dos
de sus hijos, como ocurre a diario con miles
de familias venezolanas, ante la mirada indiferente y cómplice de las
autoridades gubernamentales. El Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal había
declarado inhabitable su humilde vivienda por el riesgo de desbarrancarse. No
pasó de ese gesto oficial. La pobreza es
un doble o triple castigo. Es una desgracia humana.
Una enfermedad de fácil
tratamiento le postró en cama por un tiempo prolongado debido a cuatro factores:
atención médica-hospitalaria negligente, ausencia de medicinas y ausencia de
agua y artículos para el aseo personal.
La infección no se hizo esperar. Buena parte del dorso de su cuerpo se
convirtió en una llaga sumamente dolorosa que fue minando su salud. Un cáncer prostático, no diagnosticado a
tiempo, terminó con sus días terrenales. Gracias a una amiga médica, en sus
momentos terminales, recibió buena atención hospitalaria, luego de ser referido
por otra institución de salud, la cual no contaba con los requerimientos
mínimos para brindarle atención médica. Pero, no es de este hecho del que
queremos quejarnos, pues, sucede a
diario en el país, es común, sobre todo
en las personas privadas de
recursos económicos y de algún tipo de influencia.
Este artículo lo motiva otra cuestión, que va
más allá de lo estrictamente personal, lo cual puede no importar a nadie. Nos
referimos, concretamente, al incumplimiento de obligaciones laborales por parte
del patrono universitario, a la indolencia de las autoridades universitarias y
a la total y absoluta pasividad e indiferencia de los sindicatos y gremios para
defender los derechos de los trabajadores, mil veces denunciado por nuestra
parte.
Hemos señalado que el hermano
muerto terminó su relación laboral por jubilación con la U.C.V, única y
verdadera patrona, en el año 2014. La Ley laboral obliga al patrono a pagar las prestaciones
sociales a las que tiene derecho el trabajador dentro de los cinco (5) primeros
días de terminada dicha relación laboral; pues, bien, para el mes de diciembre del año 2016, la
administración universitaria no se había dignado ni siquiera a enviar su historia laboral a la OPSU, para
que este organismo, sin personalidad jurídica y sin obligaciones patronales,
diera inicio a los trámites para el pago
de las prestaciones sociales. El hermano muerto es otra víctima de la
indiferencia patronal y gremial. Se marcha de este mundo sin cobrar sus
prestaciones sociales, es decir, sin recibir la compensación correspondiente
por haberle servido al Estado, la Universidad y la sociedad durante un buen
trayecto de su vida activa. Sobre la conciencia de las autoridades
universitarias, si es que la tienen,
gravitará este hecho de incumplimiento laboral, lo que no ocurre con las
autoridades rectorales, que se anticipan sus prestaciones sociales, para lo
cual si hay presupuesto, antes de terminar la relación laboral,
discrecionalidad que no alcanza al común de los trabajadores universitarios.
Voy a hacer una confesión del
hermano muerto. En el momento que nos comunicó su decisión de jubilarse, le
recomendamos que no lo hiciera, por carecer
de sentido en un hombre como él.
La respuesta fue contundente. Me voy porque no quiero hacerme cómplice, encubridor de los hurtos y robos que ocurren
en la dependencia que vigilo y custodio. Conozco a los autores de estas
tropelías, ellos actúan impunemente. Tienen llaves de acceso. Son de la casa.
Esto explica el por qué la U.C.V está en manos del hampa interna y externa.
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