Absalón Méndez Cegarra
La actitud del Presidente de la
República, su equipo de gobierno, cúpula del Poder Judicial, Poder Ciudadano y
el PSUV, es de un cinismo tal que raya en el caradurismo e irrespeto a los
venezolanos y a la comunidad internacional. El gobierno nacional cree
firmemente que está gobernando o mal gobernando un país de bobos, de idiotas,
que no pensamos, ni tenemos capacidad de
razonar y entender claramente la grave situación a la que el gobierno ha condenado a la nación entera, la cual tenía un lugar bien ganado en la comunidad
internacional, lugar que ha desaparecido, para dejar el espacio a la conmiseración de propios y extraños por la
lamentable crisis a la que hemos llegado
después de ser un pueblo honesto, trabajador y con vocación plural y
democrática.
Estamos en presencia de un
gobierno cobarde que se refugia en las faldas de un Poder Judicial espúreo para
cometer todo tipo de fechorías. Luego de cometidas echa culpas a terceros. Al
efecto, se excusa, diciendo: Yo, no fui.
Fueron los otros Poderes, los cuales gozan en el país de independencia, soberanía y libertad de actuar.
Nada más falso. El gobierno trata de lavar sus culpas y expiar sus pecados
cometidos, para presentarse con traje nuevo ante la comunidad nacional e
internacional que ha repudiado su conducta autoritaria, insultante, desafiante
y grosera. En las tres últimas semanas
ha montado una obra de teatro espectacular.
Primer Acto.
Insulta y agrede a la Organización de Estados Americanos (OEA, 1948) y a
los Jefes de gobierno de los Estados que
la integran, cuando no aplauden sus ejecutorias. Insulta al
Secretario General de la OEA, llamándolo “basura” cuando se trata de un
hombre probo, diplomático de carrera, no un improvisado. Canciller de “Pepe” Mujica, cuando éste era amigote
del gobierno de Chávez. En ese
entonces, Luis Almagro, no era “basura”,
ahora, sí, porque ha tenido la osadía de
mostrarle al mundo, en dos informes bien
fundamentados, la monumental obra de destrucción del gobierno de Nicolás Maduro y ha convocado
al Consejo Permanente para tratar el caso Venezuela. No cree en dichos organismos porque ha creado
los propios con sus súbditos; pero, no
se retira de la OEA, como tampoco lo
hace de MERCOSUR, a sabiendas que no tiene
disposición alguna para cumplir sus acuerdos y obligaciones como país
miembro. Cuando tiene las de perder por
violador de los derechos humanos decide que la Corte Interamericana de Derechos
Humanos no tiene jurisdicción en Venezuela. El TSJ solícitamente acude en su
apoyo con sus nefastas decisiones.
Segundo Acto. Acusa a todo el mundo de “injerencismo”,
socorrida palabrita, para evadir responsabilidades y evitar que nadie se atreva
a hablar mal de un gobierno corrupto y corruptor. El monopolio de la crítica y cuestionamiento está reservado al gobierno exclusivamente. Él,
y, sólo él, puede atacar a países extranjeros,
inmiscuirse en sus asuntos internos, sin ser injerencista, intentar invadir y penetrar a territorios de
otras naciones como ocurrió con Honduras en apoyo al Presidente Zelaya; pero,
eso, sí, que a nadie se le ocurra hablar
mal del gobierno, ni aquí ni en ninguna parte: “Aquí no se habla mal de Chávez”,
es la orden.
Tercer Acto: La decisión o
indecisión de la OEA de no aplicar la Carta Democrática Americana y de no
aprobar el Informe condenatorio de Venezuela y, eventualmente, una suspensión
del Organismo Americano, por no cumplir
con su razón de ser y violar los
principios democráticos que sustentan ese acuerdo de voluntades, es celebrado
como triunfo por todo lo alto, al punto, que, en medio de la borrachera
colectiva, a la Sala Constitucional del TSJ, le pareció que había llegado el
momento de establecer en Venezuela una dictadura judicial.
Cuarto Acto: La torpeza judicial
llega al paroxismo. Hay que agradecer al gobierno su padrinazgo. Corresponder,
como se merece, a quien ha prohijado tantas irregularidades,
entre ellas, la designación como magistrados. Ante el servilismo judicial, el gobierno se acobarda. Los Informes de
Almagro son confirmados. El Ministerio Público sale en su auxilio. Se convoca
al Consejo de Defensa de la Nación. Se
reconoce al Poder Legislativo y legitima a su Presidente, pues, se le invita al
festín, y, en el término de la distancia, se pone fin al “impasse”, lo que
Chávez calificó, en su momento, con otra expresión. Venezuela disfruta de una
democracia fuerte y consolidada, con plena independencia de los Poderes Público
y un Presidente con la mayor disposición al diálogo y la confraternidad. Fin de la obra.
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