Absalón Méndez Cegarra
El Presidente de la República, Nicolás Maduro Moros, no tiene la menor idea del cargo que ostenta. La Primera Magistratura de la nación le ha quedado excesivamente grande. A un Presidente de la República no le está permitido bajo ningún concepto amenazar a su población. Ya es suficiente con haber arruinado el país, haber destruido su economía, condenar a muerte lenta y prolongada a la gente por falta de alimentos, medicinas y atención médica-hospitalaria, para amenazarla, ahora, con aniquilarla, suerte de genocidio, mediante la más cruel represión de sus bandas armadas y de choque, si la gente se atreve salir a las calles de la gran ciudad para expresar civilizadamente su descontento con el actual estado de cosas que se vive en Venezuela.
Se requiere ser ciego, como cantaba Alí Primera, para no ver lo que ocurre en el país. El gobierno, se niega a ver la realidad, el sufrimiento de los venezolanos, las largas colas que atormentan la convivencia ciudadana para adquirir un mendrugo de pan o comida que permita aliviar el hambre propia y de terceros experimentada durante muchos días.
El gobierno nacional es una escuela de mala educación. Un ejemplo a no seguir. Su maestro fundador fue Hugo Chávez, razón por la que sus alumnos más aplicados, los continuadores de semejante labor educativa: Maduro, Jorge Rodríguez, Aristóbulo Isturiz, Delcy Rodríguez, Pedro Carreño, Darío Vivas y Diosdado Cabello, para sólo citar algunos nombres, proclaman que Chávez vive, que no ha muerto, que vive en ellos. Ciertamente, Chávez vive en ese estiércol que fue acumulando durante años y que, hoy, constituye “el fango” al que refiere esa vergüenza de canciller que tenemos en el país.
El Presidente de la República ha hecho gala de lo peor de su repertorio dictatorial, legado indiscutible de su progenitor político. En ocasiones, examinar el acontecer venezolano, produce congoja, pues, es abundante la mediocridad e ignorancia de sus gobernantes. Cientos de venezolanos purgan penas injustas en las cárceles venezolanas o destierros inmerecidos acusados de incitar al odio entre la población. No existe, en propiedad, un delito mayor en tal sentido que el cometido por el Presidente de la República en recientes apariciones públicas, cuando nos dice a todos que las más crueles dictaduras, las que han arremetido a sangre y fuego contra sus pueblos, las más feroces carnicerías humanas, quedarán como niños de pecho ante lo que él le tiene guardado a los venezolanos que, sin miedo alguno, salgan a las calles de Caracas y de toda Venezuela a mostrar el repudio por la situación a la que nos ha sometido un mal gobierno.
La población está haciendo y hará ejercicio de un derecho ciudadano establecido en la Carta Política Fundamental de la República, en su ordenamiento jurídico interno y en los tratados, pactos y convenciones internacionales suscritos y ratificados por Venezuela, y, como tales, parte integrante del derecho interno, según lo establecen los artículos 19 y 23 de la CRBV. El permitir la participación de la población en los asuntos de interés público no es una concesión graciosa gubernamental, es, por el contrario, el ejercicio de un derecho y deber ciudadano que los gobernantes deben estimar, estimular y permitir, pues, se trata, simplemente, del ejercicio de la contraloría social a la que estamos llamados a ejercer ejemplarmente todos los ciudadanos.
A la población venezolana, las amenazas de Maduro, para utilizar las propias palabras presidenciales, en utilización de un lenguaje que no enaltece para nada a la Primera Magistratura nacional, le “saben a casabe”, es decir, nos tienen sin cuidado, pues, la población no tiene miedo, el hambre que estamos padeciendo se ha convertido en un desiderátum de vida. Para los venezolanos resulta igual morir por hambre que en manos de una fuerzas armadas, cuerpos de seguridad, bandas armadas y delincuentes que le sirven de apoyo a una política hambreadora y excluyente que ha determinado que millón y medio de compatriotas hayan puesto mar de por medio, al llegar a la conclusión que un gobierno nefasto ha cerrado todos los caminos del progreso, el desarrollo, el bienestar y la prosperidad.
El gobierno, bien puede solicitar a su hermano de epopeya, de gesta heroica, su protector, director, dueño y señor: el gobierno cubano, que le ayude en la masacre anunciada por el Presidente; por consiguiente, desde ya, si es que no ha ocurrido hasta el momento, pueden ir llegando sus barcos y aviones cargados de mercenarios para exterminar al pueblo venezolano.
Lástima produce el glorioso ejército venezolano, sus Fuerzas Armadas, si ellas por obediencia perruna se prestan a obedecer las órdenes de un personaje que no calza las botas del más humilde de los soldados venezolanos. Señores de la FAN una cosa es tener autoridad y, otra, muy distinta, es tener “autoritas”. La autoridad la da un cargo, por ejemplo, Presidente de la República, Comandante en Jefe de las FAN, Ministro de la Defensa, etc; pero, la “autoritas” no se compra en la farmacia, ni proclamando que “Chávez vive”, como se acostumbra en los desfiles militares de ahora. “Autoritas” es una cualidad personal, de algunos seres humanos muy especiales, que hay que ganarla en todas las dimensiones de la vida, sin que para ello se requiera el ejercicio de un cargo.
Las FAN, leales y no leales, por elemental patriotismo y deber ciudadano, por decoro y dignidad militar, deben decirle al Presidente de la República lo que el Rey Juan Carlos de España le dijo al bocón de Chávez en pleno Foro Internacional y para vergüenza de los venezolanos, que se “callara la boca”, lo que el muy cínico disimuló, dando a entender al público que no había oído. La mayoría de los miembros de las FAN y sus familiares están padeciendo las atrocidades gubernamentales al igual que el resto de los venezolanos. Las FAN y órganos de seguridad del Estado deben cuidar la soberanía nacional y guardar el orden público; pero, no pueden ni deben impedir, así reciban órdenes presidenciales, que el pueblo se exprese libremente. Debemos recordar que quienes hoy gobiernan el país, se salvaron de una muerte segura porque los militares honestos de ayer se resistieron a cumplir órdenes superiores. Simón Bolívar, en sus proclamas, maldijo al soldado que dispara sus armas contra su pueblo.
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