Absalón Méndez Cegarra
Hablar de la conchupanchia, complacencia, colaboracionismo y complicidad de lo que, en los últimos años, se ha dado en denominar “oposición”, encabezada, ahora, por un grupo de organizaciones políticas, bajo la franquicia Mesa de la Unidad Democrática (MUD), es, sin duda, echarle leña al fuego y, en gran medida, caer en el juego del gobierno en su estrategia de dividir a la MUD hasta hacerla desaparecer. Estamos conscientes de ello. Pero, callar ante la conducta inexplicable asumida por el liderazgo de la MUD, es, igualmente, caer en su juego perverso, y, hacer caso a una conseja similar a un chantaje.
El pueblo de Venezuela es amante de la paz y de la solución pacífica de los conflictos político-sociales y económicos. Es un pueblo aguantador, paciente, si se quiere; pero, no eunuco, ni insensible. No está dormido. Ha venido actuando bajo un código de reglas históricamente establecido que constituye la base del carácter nacional. Es amante de concurrir a votar. No es abstencionista. Por la vía electoral muestra su desacuerdo con las cosas que no le gustan. Por esa razón compró y se engarzó en el tema del referendo revocatorio. Confió en los políticos oposicionistas y en la idoneidad e independencia de las ramas que conforman el Poder Público Nacional, a pesar de todas las evidencias que le alertaban que tal confianza no tenía asidero alguno.
El 6D del 2015 los venezolanos le dijimos al gobierno, claramente, no lo queremos; y, a la dirigencia opositora, le entregamos un cheque en blanco para que lo llenara con las promesas de cambio ofrecidas en la campaña electoral. El gobierno, interpretó, el resultado electoral, como un acto desaprobatorio de su mala gestión, posible de superar en un examen de reparación. La oposición, por su parte, le brindó en bandeja de plata esa oportunidad, traicionando con ello la voluntad popular expresada en las urnas electorales. El gobierno, con inteligencia, digna de mejor causa, convirtió la derrota en triunfo e hizo verdad, aquello de “perdiendo, también se gana”. Lo primero que hizo fue lanzarle a la Asamblea Nacional, mayoritariamente opositora, el anzuelo, del Decreto de Emergencia Económica (13-01-2016), suerte de solicitud de Ley Habilitante. El TSJ, por su parte, descalabró la mayoría calificada alcanzada por la oposición en la Asamblea. La oposición, aun, borracha de triunfalismo, a sabiendas de las artimañas gubernamentales y judiciales, permitió que el TSJ hiciera con la Asamblea lo que le diera su regalada gana. A partir de ese momento, la Asamblea Nacional, con su mayoría opositora, comenzó a rodar por la pendiente hasta convertirse en algo inútil e innecesario. Todo lo prometido en términos de cambio se esfumó totalmente. El escenario cambio de escenografía. La minoría oficialista se convirtió en la voz cantante de la Asamblea y empezó a dictar la pauta de su funcionamiento hasta su anulación por completo. Mientras tanto, la oposición entretenía a la población con el cuento del revocatorio y con una salida de Maduro constitucional, legal, democrática, electoral y pacífica, lo que al gobierno y al PSUV le “sabe a casabe”, pues, desde hace muchos años, desde el 2002, cuando Chávez, a raíz del absurdo y torpe golpe de Estado, descubrió el inmenso poder que tenía como Presidente de la República, no atendió más tonterías y formalidades constitucionales y legales. Para el Presidente y su partido, el Estado de Derecho dejó de existir. Nacía en Venezuela un nuevo Rey Luis XIV: “el Estado soy yo”. El librito azul pasó a ser utilería barata.
El gobierno, inteligentemente, ha llevado a la oposición de cabestro, aunque cueste y duela reconocerlo. El cabestro es un utensilio que se usa en el campo, en la ganadería, una soga corta, que se coloca en la cabeza de un caballo o un buey manso, para guiar una punta de ganado al matadero o a cualquier lugar. Esa es la situación política, que, lamentablemente, muy lamentablemente, está viviendo la población venezolana. El actuar de la oposición es errático, ha perdido confiabilidad y credibilidad. La opinión, casi generalizada, es que el gobierno le ganó la pelea a la oposición y la tiene arrinconada. La conduce de cabestro, a su real saber y entender. Situación que complejiza totalmente la dinámica socio-política venezolana.
Es evidente que no se realizará el referendo revocatorio, tampoco, las elecciones de gobernadores y alcaldes, sin razón ni justificación alguna, al parecer, con anuencia opositora; pero, ante el triunfo gubernamental, y, ahora, en posición dominante, con capacidad para dictar nuevas reglas del juego, llama, nuevamente, al diálogo, y, la oposición, bobaliconamente, compra la invitación, inclusive, se disputa, quien fue el primero en pedir la mediación del Santo Padre.
Los católicos, y, pensamos, todos los pueblos del mundo, tienen gran respeto y admiración por el Príncipe de la Iglesia Católica; pero, el Papa no puede hacer nada ante la grave crisis que vive el pueblo venezolano. No es un asunto papal. Los venezolanos no necesitamos diálogo entre sus dirigentes. No necesitamos que ellos se acuerden. Un refrán popular, muy gráfico por cierto, dice que: “los burros se juntan para rascarse”. Los venezolanos necesitamos comida, medicinas, asistencia médica, buena educación, freno a la delincuencia, a la impunidad y a la inflación, moral administrativa en el manejo de los recursos públicos, respeto a los derechos humanos, limitaciones a la pérdida de nuestro capital social e inteligencia nacional, independencia de los poderes públicos y un largo etcétera; y, eso, no lo puede resolver el Papa, la Iglesia y el diálogo, lo tenemos que resolver nosotros, “como sea”. Y, ese “como sea”, implica, jugar con las mismas artimañas y argucias del gobierno. Ya basta de hablar tanta tontería de una Constitución que no la respeta nadie y de leyes que no sirven para nada. El diálogo, ahora, es con la gente que se está muriendo de hambre y mengua en escuelas y hospitales. El diálogo está en la calle. En la desesperación de la gente. El gobierno aplica antídotos efectivos (los CLAP, por ejemplo). La oposición no aplica nada. Sólo palabrería hueca, vacía. Amenazas que no llegan a ninguna parte, por cuanto, ni siquiera se puede transitar libremente por el territorio de la Gran Caracas, con lo cual el gobierno ha creado su apartheid rojo. Más discriminación y exclusión, imposible. Eliminemos el cabestro y permitamos que la manada de toros bravíos salga a la calle. Que la gente de rienda suelta a su malestar e incorfomidad.
Comentarios
Publicar un comentario