Absalón Méndez Cegarra
Hace mucho tiempo, cuando cursamos
los estudios primarios en nuestro alejado terruño andino, llamábamos acusetas
al compañero de aula, por lo general, niño mimado o preferido de la maestra,
quien tenía por ocupación el ser soplón
o acusón, es decir, acusar con la
maestra las travesuras infantiles para que ésta procediera a aplicar los
castigos de rigor, que, en aquella
época, incluían castigos físicos fuertes. Por supuesto, como era de esperar y de
esperarse en cualquier momento, el niño soplón, hoy día tiene otro nombre, “vecino o testigo cooperante”, era y es rechazado, excluido del grupo, execrado y odiado por
todos sus compañeros de estudio. Y, al salir de la escuela, en ocasiones
frecuentes, recibía su merecido. Esta vieja historia escolar viene al caso
porque el Presidente de la República, en acto repudiable y condenable por la
comunidad nacional e internacional, ha tenido una regresión a sus años de
infancia y con comportamiento verdaderamente infantil, inexplicable en un
hombre común y corriente, más aun, en un Jefe de Estado, ha reeditado el vicio
del acusón con consecuencias impredecibles para la nación y para las relaciones
internacionales de Venezuela.
El Presidente de la República,
cual vulgar párvulo acusetas, ha proferido
una sarta de insultos, insolencias y acusaciones
al pueblo y gobierno de la hermana
República de Colombia, que, en su debido momento, tendrá las respuestas
diplomáticas que se merece. Maduro, en cadena nacional de medios de comunicación
radiales y televisivos, como es su costumbre, cada vez que se le ocurre hablar
necedades, al igual que su predecesor, ha ofendido al pueblo de Colombia con
acusaciones sumamente graves con efectos que pueden resultar negativos para la paz y sana convivencia de
los pueblos.
Venezuela, conocía de antes, los
coqueteos del gobierno nacional con la guerrilla colombiana. Nuestro país no sólo
servía y sirve de aliviadero. Los dirigentes guerrilleros tienen, en Venezuela,
tratamiento de Jefes de Estado. El Presidente
de la República, en acto de retaliación insólita, ante comentarios u
opiniones ajustadas a la verdad del
Presidente de Colombia, ha reaccionado airadamente, sacando a relucir hechos
que le comprometen personalmente, confiados de buena fe en aras de buscar la
paz y el entendimiento entre los pueblos que cínicamente se pregona, pues,
quien conoce de la comisión de un delito y no lo denuncia es cómplice y, el
cómplice, es, igualmente, delincuente. Pero, además, ha insultado y ultrajado
al pueblo de Colombia.
Maduro, de quien se duda sobre su
nacionalidad, buena ocasión para que el Presidente de Colombia publique el acta
de nacimiento de sus progenitores y de
él mismo, por cuanto estaría plenamente
calificado el delito de traición a la
patria, se ha atribuido, junto con Chávez, el logro de los acuerdo de paz. Al
mismo tiempo, amenaza a Colombia con
“revelar los secretos del proceso de paz”,
y, todavía, va más lejos, coincidiendo con el Senador Álvaro Uribe Vélez
y con quienes negaron, en una consulta popular, la suscripción de los
acuerdos de paz, por considerarlos negativos para el pueblo
colombiano, dado, que, según Nicolás
Maduro, estamos en presencia de una trampa tendida por el gobierno a las FARC, o, viceversa, cuyo desiderátum lo conoce a la
perfección Nicolás Maduro y lo guarda para sacarlo en cara en lo que estime la
mejor ocasión, negando, así, que unas
guerrillas, ya, derrotadas, salven su
honor, sí, en verdad alguna vez lo
tuvieron como grupo beligerante.
Flaco servicio ha hecho Maduro a las relaciones
internacionales latinoamericanas. Se ha revelado como hombre en quien no se puede confiar, ni
siquiera asuntos domésticos, menos aún,
asuntos de seguridad de los Estados. Maduro ha puesto por el piso la
majestad del cargo que ostenta y ha colocado en un serio peligro los esfuerzos
por conquistar la paz en Colombia que, también, es nuestra paz.
Hay algo más. Maduro ha debido
indicar la fuente de los datos sobre población colombiana en nuestro país, para
que sean creíbles. Señala que hay 5.600.000 colombianos en Venezuela, es decir,
1/6 de la población total. ¿Cuántos de estos colombianos han dejado de serlo en
virtud de las cartas de naturalización y expedición de cédulas de identidad
otorgadas a estas personas para lograr que votaran en Venezuela a favor de
Chávez y Maduro? Estas personas son nacionales de Venezuela, al igual que lo
es, según las investigaciones realizadas, el propio Presidente Maduro, quien
tuvo que acudir a su TSJ para que le otorgaran, por fin, una nacionalidad.
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