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NI UN ÁPICE DE CORDURA


                                                                                                                          Absalón Méndez Cegarra

Quién podía imaginar hace 18 años que la obra cumbre de Hugo Chávez: su Constitución, calificada como  la “mejor  del mundo”, algo,  se iba a desvanecer en manos de sus seguidores a fuerza de no cumplimiento y vulneración.
La Constitución,  le metió miedo al Chavismo-Madurismo. Le quedó grande.  La incapacidad y la insania presidencial y la de la  cuerda de adulantes que le siguen, eunucos intelectuales, no lograron entender el texto constitucional y, ante esta evidente realidad, mejor, ignorarla.
El librito azul que  Chávez a diario  sacaba  a relucir cada vez que no tenía   nada importante  que decir ni alegar, sólo para impresionar;  y, ahora, cual legado, lo hace Maduro, contiene muchas disposiciones que no logran  cabida en un gobierno totalitario y, además, torpe e ignaro en asuntos de Estado y de gobierno. Para una dictadura, como la de Maduro y sus seguidores,  resulta sumamente incómodo tener un pacto político, una Constitución, un ordenamiento jurídico  que pauta y regula la creación y funcionamiento de “un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”. Eso es palabrería hueca, discurso para público de galería. Productos para la exportación a los fines de congraciarse con la comunidad internacional, un simple baño de legalidad aparente.  Una Constitución de papel, ficticia, irreal. La verdadera. La que impone y aplica los auténticos factores de poder: Cuba, China, Rusia, la cúpula militar y el PSUV, es una cosa total y diametralmente distinta. ¿ Cómo el totalitarismo-autoritarismo militar que nos mal gobierna en Venezuela,  puede convivir y sentirse bien con un ordenamiento jurídico que le habla de soberanía popular; de participación protagónica del pueblo; de organización social; libertad de asociación;  derecho de los ciudadanos a  reunirse y  manifestar pacíficamente;  libertad de expresión;   independencia de las ramas del Poder Público Nacional;   descentralización; poder local;   “gobierno democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables”;  respeto a la vida; a la  propiedad privada;  y, lo más cumbre, respeto a los   derechos humanos, además,  con  normas que regulan su goce y ejercicio y  atribuyen jerarquía supra-constitucional, cuando se trata de tratados, pactos y convenciones suscritos y ratificados por la República, como sucede con instrumentos tan importantes como la Carta de la OEA, de la ONU, de la OMS, de la OIT, Declaración Universal de los Derechos Humanos, Declaración Americana de Derechos Humanos, Declaración sobre los Derechos del Niño, Carta Interamericana de Derechos Humanos  y cientos de instrumentos jurídicos internacionales que incorporados al derecho Interno forman parte de él y son de obligatorio cumplimiento por los órganos del Poder Público?  Imposible. Eso es mucho pedir.
Desde hace muchos años atrás, siendo corredactores del artículo 86 del texto constitucional, hoy, moribundo, y, de la Ley Orgánica del Sistema de Seguridad Social (LOSSS, 2002), nos preguntábamos sobre la razón o el motivo por el cual  el gobierno de Chávez-Maduro no ponían en marcha, en vigencia plena, el Sistema de Seguridad Social prometido y garantizado por el Estado. Hemos encontrado, afortunadamente, la respuesta. Simplemente,  porque nunca creyeron en él,  así como jamás  creyeron en  la cantidad de mentiras que llevaron a la Constitución de 1999. Un Sistema de Seguridad Social como el propuesto constitucional y legalmente  requiere de voluntad política para llevarlo a cabo, de un gobierno serio, responsable, inteligente y técnicamente capaz. Y, el  gobierno que hemos tenido es todo menos que eso. Igual a lo ocurrido con la Seguridad Social, derecho humano fundamental, ha sucedido con todos los demás derechos y garantías establecidas en la Constitución,  así como con los procesos fundamentales para lograr los fines del Estado: la educación y el trabajo.  Por eso hay que deslastrarse de ese peso muerto que ha resultado ser para los herederos de Chávez, su legado: la Constitución de la República de 1999.

Maduro, en discurso desesperado, contradictorio, sin fundamento legal alguno, sin viabilidad de ningún tipo, sin cordura, ha lanzado un trapo rojo para tratar de frenar el rechazo popular a su persona y forma de gobernar. Es posible que  logre su propósito  a sangre y fuego, más no, por la vía popular y electoral. Mientras tanto,  ha sembrado el caos, la anarquía  y la autarquía, pues, no hay Estado,  ni instituciones. No hay ni ley ni orden. Maduro, como el barbarazo, ha acabado con todo. 

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