La Universidad Central de
Venezuela (UCV), la más antigua del
país, Universidad Colonial, en una primera etapa; y, Republicana,
posteriormente, obra del genio inmortal e
ilustrado de Simón Bolívar, se ha convertido, de un tiempo a esta parte,
en objetivo político del gobierno nacional y, como tal, blanco de todo tipo de
agresiones, oficiales y no oficiales.
Cuando se escriba la historia
reciente de la UCV, un capítulo completo de esta historia deberá estar dedicado, necesariamente, al asedio al que la
ha sometido el gobierno nacional durante los últimos 15 años. Un asedio que ha
pasado del cerco presupuestario, abandono administrativo y maltrato a su personal, a la agresión
directa contra los miembros de su comunidad y contra su patrimonio físico y
cultural.
La UCV, orgullo de los
venezolanos, se ha convertido, por obra y gracia de sus hijos en funciones de
gobierno, en depósito de todo el odio que ser humano puede acumular en su vida
interior. La suma del odio, que,
individual y colectivamente, manifiestan ex alumnos y, hasta ayer,
preclaros profesores, es volcado con fuerza inusitada sobre la Casa de Estudios que, para más dolor,
ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad; por consiguiente,
necesario de conservar y mantener en buen estado como legado para las
generaciones presentes y futuras.
Lo que sucede al interior de la UCV, en cuanto a las
actuaciones violentas y terroristas de bandas armadas, integradas por miembros
de la comunidad universitaria o no, a todos los efectos da lo mismo,
ampliamente conocidas e identificados plenamente sus miembros, mas, lo que ya parece actos de rutina:
violaciones, consumo y distribución de drogas, robo de vehículos, agresiones y
daños a personas, robo de equipos, uso indebido de sus instalaciones y
destrucción de la infraestructura física y las obras de arte, requiere,
amerita, con urgencia, un examen y una profunda reflexión para lograr entender
qué ha pasado y procurar la búsqueda de algunas soluciones. No es posible que
una institución pública, patrimonio público,
una ciudad universitaria, poblada por más de cien mil personas y
transitadas por una cantidad mayor, con
gran ascendencia, valoración y apego en la sociedad nacional y reconocimiento
externo, se haya convertido en un espacio invivible, inseguro, inmanejable e ingobernable. Hace algunos años,
la Ciudad Universitaria era un pulmón vegetal de Caracas, un lugar propicio para el estudio bajo techo o
a cielo abierto, un espacio para el esparcimiento y la recreación, con un desarrollo continuo y permanente de amplia y diversificada programación cultural.
En la actualidad, para algunos, es la casa del terror. Con frecuencia, las
autoridades universitarias se ven obligadas a suspender las actividades
académicas y de todo tipo, cerrar, prácticamente, la Institución, porque bandas de malhechores, actuando con la más
absoluta impunidad, tanto interna como externa, se han encargado de hacer
imposible la vida y la convivencia en el Campus Universitario.
Nos preguntamos: ¿Quién gana con
el asedio al que se ha sometido a la UCV y a otras Universidades Públicas del
país? ¿No es suficiente la pérdida de capital humano que a diario experimenta
el país, para adicionarle la imposibilidad de continuar formando el presente y
futuro de la nación? ¿Qué ha ocurrido, en el fuero interno, de apreciados y
respetados profesores y ex alumnos, prominentes defensores y luchadores de la
autonomía universitaria y de la vigencia de la Institución, que, ahora,
circunstancialmente, por estar en el ejercicio de una cargo, actúan con saña
contra la Universidad que les acunó en su seno y les permitió la obtención de
un título profesional? En la UCV, estamos cansados de ver el ir y venir de
profesores que se separan de la docencia e investigación para aceptar un cargo,
luego, cuando son, inclusive, brutalmente despedidos, regresan, como el hijo pródigo, a la casa de
siempre, a continuar en su oficio, o, más grave aun, a perseguir una jubilación mal habida, la cual
será pagada con cargo al presupuesto
universitario, presupuesto mil veces negado, como sucede, también, con otras reivindicaciones sociales.
Conocemos profesores que han podido jubilarse en otras Universidades u otros
organismos públicos; sin embargo, prefieren la jubilación y los beneficios que
concede la institucionalidad previsional universitaria. Pareciera, que es el
único aspecto que valoran de la Universidad.
Conocemos, por ejemplo, a
ilustres profesores, que han ocupado cargos ministeriales y altas posiciones
gubernamentales, que, hoy, condenan la existencia de los Fondos de Jubilaciones
y Pensiones, abogan por su eliminación, igualmente, los Institutos de Previsión Social y sus
Programas de Cuidado Integral de la Salud, los cuales han llegado a
calificar, de auténticos privilegios;
pero, olvidan que han sido y son beneficiarios
de estos programas previsionales e, inclusive, maulas en el cumplimiento de
obligaciones contraídas.
En fecha reciente, a propósito de
las protestas justas y necesarias
iniciadas por el heroico movimiento estudiantil, acompañado por la
sociedad civil, el señor Presidente de
la República y otros funcionarios
condenaron la violencia cometida contra una sede de la UNEFA y un
Pre-escolar ubicado en un Ministerio,
hechos, que, también, condenamos; pero, lo que resulta insólito es que no haya
habido hasta ahora un pronunciamiento
similar y se asigne igual cantidad de recursos para su recuperación, cuando
otros bienes, igualmente, públicos, son
destruidos, como ocurre con marcada frecuencia en la UCV. Manera muy curiosa de entender el patrimonio público y la
Administración de la Hacienda Pública Nacional. En la UCV, se han cometido
hechos delictivos insólitos. Se han lanzado bombas lacrimógenas en espacios
cerrados con estudiantes, profesores y empleados en su interior. Tales hechos
delictivos no han significado molestia alguna para el gobierno, al contrario,
ha exaltado a la fama a sus actores y premiado con cargos gubernamentales. Así,
las cosas, nuestra UCV, es una Universidad agredida e indefensa.
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