Absalón Méndez Cegarra
Venezuela, se nos ha
ido de las manos. Los venezolanos, por acción u omisión, por no entender a
tiempo ciertas dinámicas socio-políticas, hemos permitido que un engendro de la casta militar, nada selecta, por cierto, incomparable con las Fuerzas Armadas profesionales,
técnicas y apolíticas de ayer, motivo de orgullo nacional, en alianza con
sectores internos y externos, se haya apoderado del país, destruyéndolo, hasta
sepultarlo en la letrina de corrupción, mediocridad y barbarie en la que nos
encontramos en la actualidad.
Esta alianza cuenta
con apoyo, además, legítimo e ilegítimo, de importantes sectores de población,
sobre todo, los ubicados en los extremos de la estratificación social de la
población, beneficiarios relativos de lo que se filtra por las ranuras del
poder. Hacia abajo, en el estrato inferior de la escala, encontramos las
grandes masas de población empobrecida, las cuales mediante medidas
asistencialistas y paliativas, que les permiten una percepción de mejoramiento
de su malvivir, constituyen la base social de apoyo y sostén del poder
gubernamental, alentados por promesas de redención que nunca llegan; pero,
confiadas, por el engaño y la mentira, en la esperanza de un vivir mejor, como
contrapartida, deben callar, caso contrario, hasta la esperanza pierden. Hacia arriba, en el estrato superior,
está planteado, como siempre, el reparto del botín, toda una estrategia para
compartir el pedazo grande de la torta llamada riqueza nacional. Este sector,
fácil de suponer, guarda, también, silencio, por consiguiente, se hace
cómplice. Aquí, no pasa nada.
En el centro se
encuentra los verdaderos constructores del país sufriendo los embates de los
extremos, luchando, a brazo partido, y, en solitario, contra la casta militar
en el poder y sus aliados de ocasión, que, ante un despertar cívico, legal y
legítimo, ante una ola de protesta absolutamente válida y justificada, muestra
su rostro feroz, de represión y terror, asesina, hiere, viola derechos humanos
fundamentales, encarcela sin fórmula de juicio y procedimiento legal alguno,
veja y maltrata a cuanto ciudadano ande por las calles y manifieste su
inconformidad y malestar.
Este terrible cuadro
de circunstancias discurre en el marco de lo que el gobierno nacional, con
anuencia de algunos sectores políticos y económicos, ha denominado invitación
al diálogo y territorio de paz, palabras con las que se ha metido en el
bolsillo a la comunidad internacional y a muchos fieles creyentes nacionales.
Diálogo y paz, mercancías de exportación. Para el consumo interno, plomo,
represión y cárcel.
Venezuela, en la
actualidad, no admite comparación alguna. No existe en el mundo país alguno
susceptible de comparación con el nuestro. Los países más pobres del planeta,
al menos, reciben la ayuda y conmiseración de la comunidad internacional; pero,
nosotros, por parecer inmensamente ricos, merecemos la lástima que produce el
botarate, el que despilfarra una jugosa herencia o un premio de lotería,
obtenido sin esfuerzo alguno. Marchamos hacia atrás. Pero, el gobierno
nacional, nos muestra ante el mundo como un país que vive en el más completo
bienestar, en el disfrute de la suprema felicidad bolivariana. Para ello, se
vale de los organismos internacionales encargados de monitorear la situación
económica y social de los países de la tierra, a los cuales les envía estadísticas maquilladas, para que
den cuenta de una realidad inexistente. Los organismos internacionales
generalmente no realizan investigaciones in situ, sino que procesan información
estadística que le envían los gobiernos.
Investigaciones
objetivas, como las que realizan universidades públicas y privadas en el país,
ofrecen resultados completamente diferentes. Así, tenemos que, la situación en
las áreas sociales y económicas vinculadas con la salud, educación,
agricultura, empleo, salarios, estabilidad laboral, inflación, escasez,
abastecimiento, seguridad pública, vivienda, servicios públicos, transporte y
comunicaciones, pobreza, infancia abandonada, por citar algunos, es muy
precaria.
Los logros
alcanzados en el país durante los últimos 40 años del siglo pasado, que, el
líder del desastre nacional, por ignorancia supina, calificó, en su momento,
como perdidos para el desarrollo nacional; pero, que, en verdad, permitieron a inmensas mayorías nacionales
mejorar sus condiciones de vida, han desaparecido. El gobierno nacional,
durante 15 largos y penosos años lo ha destruido todo. No tenemos industria
nacional de ningún tipo; la agricultura, a duras penas, es de puertos; el
salario mínimo ha pasado a ser salario promedio nacional y es de los más bajos
del mundo; el empleo precario es fecundo; la inflación es indetenible; la
escasez hace estragos en la población; la delincuencia asesina a miles de
venezolanos anualmente; la inseguridad jurídica es espantosa; y, para colmo de
males, los venezolanos estamos presos en una cárcel de un millón de kilómetros
cuadrados, debido a que el gobierno ha hecho de las divisas su negocio particular
y decide, según sus propios criterios, a quien se las asigna y cuánto y a quien
no. Esta perversión del gobierno nacional retrata de cuerpo entero su
incapacidad. Hasta la corrupción requiere de una cierta organización. Los
venezolanos, tenemos todo el derecho a preguntar, si los poderosos del poder
pasan por la guillotina de CADIVI, SICAD I y II, para salir del país y, además,
entregan cuentas de la forma como administran la limosna en divisas que asignan
al común de los mortales, limosna que nos pertenecen como parte de la riqueza
del país, y, que, además, debemos pagar al precio que el gobierno disponga. Definitivamente,
un país que marcha en reversa.
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