Absalón Méndez Cegarra
El genio inmortal de Simón
Bolívar es recordado y reverenciado con profundo respeto en todos
los países de América Latina, particularmente, en los suramericanos y andinos a los que concedió su libertad e
independencia, con la sola excepción de su país natal: Venezuela. En la cuna
del hombre Grande de América, El Libertador, Simón Bolívar, su gesta
libertaria, su pensamiento e, inclusive, su tumba y su figura señera han sido
mancilladas, ultrajadas, en favor de un interés subalterno, el de
pretender comparársele y ocupar su sitial, bien ganado, en la historia de la Patria Americana.
En Venezuela, en la
escuela de años atrás, se enseñaba a los niños a querer a su patria, honrar la
memoria de los Libertadores, respetar los símbolos nacionales y las instituciones. Hoy, todos esos valores,
han desaparecido. La utilización de ellos con fines completamente distintos ha
determinado que la población comience a sentir cierto rechazo y a minimizar su
importancia en el proceso educativo y en la formación de ciudadanía.
La referencia viene al
caso, al ver la saña con la que los
cuerpos policiales y militares (Policía Nacional Bolivariana, Servicio
Bolivariano de Inteligencia Nacional, Guardia Nacional Bolivariana y Milicias
Bolivarianas), acompañados de bandas de
civiles armados, los “camisas rojas”, han atacado, agredido, humillado, vejado
y torturado, un pueblo, el venezolano,
con su juventud a la cabeza, que ha
salido a la calle a protestar por hechos objetivos que causan malestar y
preocupación, dicho de otra manera, un pueblo que ha decidido ejercer
cívicamente sus derechos ciudadanos que la Constitución y la Ley le confieren.
Los venezolanos venían
padeciendo y padecen desde hace varios años, de manera estoica, de muchos males: sociales, políticos,
económicos y culturales. Según la gravedad del mal y su manipulación o
tratamiento, se fue configurando una división social y política inexplicable
que ha separado la sociedad nacional en dos mitades, una de ellas, legitimadora
de una nueva nomenclatura en el poder, que, en conjunto, pretende aplastar a la
otra mitad, bajo el supuesto falso de una socialización igualitaria y una
distribución equitativa de la riqueza nacional, que, a la postre, resulta,
en socialización total de la pobreza.
La riqueza petrolera
que caracteriza a la nación venezolana ha sido el manto que cubre la improductividad nacional. Cuando la
riqueza mengua, como sucede en toda circunstancia personal o colectiva,
aparecen sus arrugas, sus manchas, sus verdades. Las expropiaciones, las
confiscaciones, los proyectos autogestionarios, la destrucción de fincas,
fábricas y manufacturas, la corrupción, el robo de los dineros públicos, en
fin, la destrucción del aparto productivo nacional, ha pasado su factura. Hoy,
Venezuela, es un país pobre y un pobre país. Desabastecido de todo. Sin
alimentos, sin dinero, sin bienes y servicios, aislado; y, además, los venezolanos y los extranjeros
que conviven con nosotros, nos encontramos presos a lo largo y ancho del
territorio nacional, convertido, en gran cárcel, pues, no podemos salir de él,
la falta de divisas lo impide absolutamente.
Ante estos hechos
objetivos, imposible de ocultamiento, los estudiantes, la juventud y el pueblo
en general, ha salido a la calle a
protestar pacíficamente; pero, se ha encontrado con un gobierno que, haciendo
gala de lo acertado del refranero popular cuando señala, que: “todo ladrón, juzga por su condición”,
lo ha calificado de golpista, fascista,
ultraderechista y mil cosas más y se ha lanzado en su persecución con todo el poderío armado del Estado para
reprimirlo y pulverizarlo.
Ahora bien, este enorme
poderío militar, el cual se exhibe con frecuencia para deleite de la
nomenclatura en el poder, utilizado para contener y amedrentar la fuerza de la
protesta popular legítima, ha sido bautizada con el glorioso nombre de Simón
Bolívar, el único y verdadero Libertador, quien no dejó copia, ni clones. Flaco
servicio se hace a la gloria de nuestro Simón Bolívar, cuando unas fuerzas armadas y policiales son
bautizadas con su nombre.
El Libertador,
para quien no lo sabe, condenó, hasta rabiar,
que un soldado levante sus armas contra el pueblo. Y, lo que estamos
presenciando, desde hace seis semanas en Venezuela, pero, también, antes, es la
utilización de esas fuerzas armadas, en mala hora bolivarianas, hijas del
pueblo, contra el pueblo, contra sus hermanos, sólo para defender un gobierno
sometido a una dictadura extranjera que se aprovecha de la debilidad interna
para ejercer dominación y dependencia y privar a los venezolanos de libertad y
bienestar.
Mejor sería que el
gobierno se quitase la careta y denominase las cosas por su nombre verdadero.
En esta hora aciaga de la vida nacional, a las fuerzas armadas e instituciones
policiales les sale mejor llamarse Fuerzas Armadas Chavistas o Fidelistas, si
les parece mejor, lo que ya han venido enarbolando con mucho furor; no en vano,
en las líneas de mando que acostumbran colocar los militares y policías en
todos los puestos, suerte de altar, con fotografías a todo color, quien
encabeza la línea de mando es el Comandante Supremo, Hugo Chávez, un muerto; y, le sigue en la línea de mando, el Presidente
de la República. Sí, un muerto pude encabezar la línea de mando militar, por
consiguiente, dirigir las fuerzas armadas y la vida nacional, y, además, a las fuerzas armadas y policiales se les ha
etiquetado bolivarianas, la gloria
debería corresponder a Simón Bolívar; pero, eso, al parecer, es mucho pedir a
un gobierno que realiza esfuerzos inusitados por mantener vivo al destructor de
la patria de Simón Bolívar. ¡Qué cosas! Una Guardia del Pueblo que ametralla a
su pueblo.
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