. En Venezuela, vivimos
el mundo al revés. En materia de administración de justicia, las víctimas de hechos delictivos, por arte de magia, son transformadas en
victimarias, para que reciban el peso de la Ley. Una lógica jurídica y de
justicia absolutamente perversa que habla a las claras de las distorsiones
institucionales actuales y de la inexistencia de Estado de Derecho.
La población nacional,
en su casi total mayoría, ha tomados las
calles para protestar y, en su defensa o
para su defensa, se ha visto en la necesidad de construir lo que los
estudiantes de Mérida han denominado, con mucha propiedad, “trincheras de
libertad”. La población venezolana ha
acumulado durante los últimos 15 años mucha rabia, dolor, frustración,
desesperanza y malestar. A la rabia y
el dolor humano hay que buscarle válvulas de escape, mecanismos que la drenen,
para que no causen lesiones en la salud
individual y colectiva. De la misma
manera que reír y llorar son buenos para
la salud, dejar brotar la rabia, también, lo es. La población venezolana tiene
uno y mil motivos para protestar. La gente ha hecho uso de la disposición
constitucional que consagra el derecho a la protesta, por lo que la
protesta que llevan a cabo los
venezolanos es legal y legítima; pero,
resulta, que, en Venezuela, como en
muchos lugares del mundo, coexisten dos Pactos Sociales Constitucionales, el
formal, refrendado por el pueblo: la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, denominado por Ferdinand Lassalle, “hoja de papel”, carente de valor y
efectividad, enarbolado como bandera por los actores gubernamentales para
aparentar formalismos; y, la “constitución real”, la efectiva, la que imponen
los factores de poder, que, para el caso venezolano, son Cuba y el PSUV.
Esta “constitución real”, por
supuesto, no contiene el derecho a la protesta, o, mejor, dicho, si lo
contiene, pero para un solo sector de la
población, el oficialista, que, además, habita en una determinada parte del
territorio, “ territorio chavista”, negada, naturalmente, a la gran mayoría de
la población nacional, como lo ha advertido, muy bien, el señor que ocupa la
Alcaldía del Municipio Libertador, al
establecer que en su Municipio no tiene entrada la más de la mitad de la
población que está en contra del gobierno nacional; es decir, que el psiquiatra
Alcalde, quizás, un tanto mal de la cabeza, ha creado, en su Municipio, un
apartheid S.XXI. Esta parte de la Ciudad
Capital, es, exclusivamente, para ellos, los factores de poder.
Esta forma de
razonar y actuar de las autoridades del
Municipio Libertador del Distrito Capital, es, seguramente, la que alimenta la
saña, crueldad y ferocidad con la que el
gobierno ha agredido, una vez más, a la
Universidad Central de Venezuela, curiosa y paradójicamente, la Universidad que
queda en su apartheid, la que le otorgó
el título de médico al Alcalde y de
especialista en psiquiatría y la que lo hizo dirigente estudiantil y fue permisiva para que protestara contra las
cosas y gobiernos que no eran de su agrado, entre otras, la violación de la autonomía
universitaria por parte de la bota militar. Pero, ¡vaya curiosidad! Qué frágil es la memoria y qué rápido se
olvidan ciertas conductas. Lo que ayer se condenaba, hoy se aplaude y premia.
Y, hablando de aplausos
y premios, el gobierno es un artista en este particular. Para defender su apartheid
creó grupos o bandas, las entrenó debidamente, las armó, las dotó de
motocicletas, les pasa su mesada y las
puso a actuar. Hoy, se han revelado como grupos, conjuntamente, con la guardia
nacional y la policía nacional, que
siembran el terror y el odio entre la población que protesta pacíficamente,
amedrenta a las personas que mantienen en la pobreza, asignándoles mendrugos de
pan y creándoles falsas esperanzas, siempre y cuando no protesten ni se muestren rebeldes. Estos grupos armados, verdaderos delincuentes,
son los que mantienen asediada a la UCV, la incendian, roban sus bienes,
destruyen este patrimonio cultural de la humanidad y agreden
a los miembros de la comunidad de manera vil y cobarde, con la más
absoluta impunidad del gobierno nacional y sus poderes subalternos. Estos
delincuentes están plenamente identificados. Existen mil registros y pruebas
que dan cuenta de ellos, auténticos sucesores de los encapuchados de ayer,
que, hoy, son gobierno, quienes actúan
como sus padrinos y protectores. El brazo protector es tan largo que conlleva a
la impunidad y a la conversión en victimas, cuando, en propiedad, son crueles
victimarios, inclusive, con jóvenes compañeros de estudio, de edad o grupo
social. El colmo del cinismo es que a
estos delincuentes, trocados en víctimas, el gobierno nacional les
garantiza oficialmente protección, lo que no es más que una licencia para matar
cobardemente bajo el ala protectora oficial.
La UCV, luce, en
nuestro criterio, indefensa. Pero, la UCV tiene inmensas reservas académicas,
morales, sociales y políticas. La UCV es una ciudad y como tal debe ser
defendida por sus pobladores, por su comunidad universitaria. La UCV debe ser
un foco de resistencia civil y acompañar a los estudiantes, jóvenes y sociedad
civil que resiste en las calles las tropelías gubernamentales. No estamos de
acuerdo con el cierre de la Universidad y la continua suspensión de
actividades. La UCV debe permanecer abierta. La razón, el conocimiento y el saber
no pueden ni deben estar encerrados. Hay que crear, internamente, los medios de
defensa de la UCV. Ayer, la comunidad sacó de sus fueros al Movimiento 28, en
la actualidad, debemos hacer lo mismo. Sacar las bandas armadas gubernamentales
del campus universitario. Eso, es, sencillamente, ejercicio pleno de la
autonomía. Sin miedo. Es fundamental crear, de inmediato, a corto plazo, una sala situacional y servicios de inteligencia universitaria; los servicios de seguridad y custodia deben
estar en manos de personas con conocimiento y experiencia en materia de
inteligencia y seguridad; crear una escuela de custodios universitarios que den
lugar a la conformación de brigadas de custodia universitaria; e, impedir, totalmente, al costo que sea, el
ingreso de motorizados al campus
universitario, para ello se deben habilitar estacionamientos especiales fuera
de la ciudad universitaria. Hay que poner fin, ya, a los licenciados para matar
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