Absalón
Méndez Cegarra
Unas declaraciones del recién
nombrado Ministro de Educación, cargo que le queda sumamente ancho y para cuyo
ejercicio carece de calificación alguna, referidas a los programas asistenciales gubernamentales
para ayudar a la gente en situación de pobreza, han causado cierto estupor y
alarma en un sector de la población
venezolana, por considerarlas improcedentes e inconvenientes; sin embargo, el resto del equipo de gobierno,
incluyendo el señor Presidente de la República, ha guardado absoluto silencio.
El Ministro, dijo, en voz alta y
ante su clientela popular, que la ayuda que el gobierno suministra a los
pobres, no es para que ellos salgan de la pobreza, y, luego, pasen
a ser clase media, es decir,
“escuálidos” y “guarimberos”. El Ministro, niño, al fin, ha dicho la
verdad, lo traicionó el subconsciente, dijo, lo que el gobierno no quiere
decir, lo que niega a rabiar, es decir, que la ayuda gubernamental, la cual,
dicho sea de paso no es de gobierno alguno, sino expresión de solidaridad del colectivo
nacional, distribución de renta
petrolera, no está pensada o
concebida para superar la pobreza;
al contrario, el propósito es
mantener la población en situación de
pobreza, para, que, de esa manera, sea
presa fácil de la demagogia, el engaño, la mentira, las promesas y creación de
expectativas que nunca serán satisfechas, todo lo cual favorece un clientelismo
muy útil electoralmente y como factor de apoyo,
defensa y base de sustentación del régimen que se quiere instaurar en el
país; por consiguiente, es un actuar intencional, con fines pre-concebidos,
orientado a buscar la legitimación social del poder, con lo que se cumple con
una de las funciones que se atribuyen a la política social en el capitalismo,
también, en el socialismo, la legitimación, las otras dos son la acumulación y
la reproducción de la fuerza de trabajo.
La opinión expresada por el
Ministro de Educación no ha debido causar extrañeza alguna, pues, coincide plenamente con la sustentada en el
inicio del gobierno del Presidente, recientemente fallecido- para el caso que
ésta sea su condición, sus seguidores,
afirman que vive-, por el Ministro de Planificación del momento, quien,
sin eufemismo alguno, señaló a un alto funcionario, vinculado a los asuntos
presupuestarios y financieros, que la revolución chavista no tenía ningún
interés en la superación de la pobreza, por cuanto ese era el plato fuerte de
la revolución.
Pero, lo dicho por los altos funcionarios gubernamentales venezolanos, motivo de sorpresa para algunos,
principalmente para los engañados históricos, encuentra su explicación en un
contexto mundial. Un Informe del Grupo Consultivo presidido por Michelle
Bachelet, actual Presidenta de Chile, publicado por la Organización
Internacional del Trabajo, 2011, bajo el título: “Piso de Protección Social
para una globalización equitativa e inclusiva”, señala, lo siguiente: “(…) En
2010, el PIB mundial era diez veces superior al de 1950 en términos reales (…)
Sin embargo, y a pesar de las seis décadas de fuerte crecimiento económico
transcurridas desde la aprobación de la Declaración Universal de Derechos
Humanos, el acceso a unas prestaciones y unos servicios de protección social
adecuados continúa siendo un privilegio que sólo se puede permitir un número
relativamente escaso de personas. Las estadísticas actuales reflejan de forma
elocuente la pobreza y la privación generalizadas. Aproximadamente 5.100
millones de personas, es decir, el 75 por ciento de la población mundial, no
está cubierta por una seguridad social adecuada, y 1.400 millones de personas
viven con menos de 1,25 dólares al día (…)” América Latina es uno de los
sub-continentes en los que se concentra con rigor la pobreza. Esta es la cruda
realidad. Mayores ingresos no significan ni se traducen en eliminación de la
pobreza. La existencia de los pobres es tan necesaria para la demagogia
política e, inclusive, para ciertas ideologías políticas, sociales y
religiosas, como el aire y la
alimentación para el mantenimiento de la vida humana, animal y vegetal en el
planeta.
En Venezuela, hemos presenciado,
ciertamente, un renacer del asistencialismo social, expresado en dádivas de
carácter público, el cual no se configura como derecho social, sino como
práctica clientelar y de acomodación social, que, a lo más que se aproxima es a
dotar a ciertos sectores sociales de alguna capacidad adquisitiva que
incrementa el consumo; pero, esto no es luchar contra la pobreza , por cuanto
ésta no se manifiesta sólo en la privación de recursos económicos; al
contrario, con este actuar gubernamental, se está potenciando un parasitismo
social, una sociedad de mendigos; pero, tal cosa no debe ni puede causar
sorpresa en la sociedad, porque, a decir de los más altos funcionarios del
gobierno, el fin de la revolución es que los pobres sigan siendo pobres. En
consecuencia, las llamadas “misiones sociales”, las cuales se anuncian
pomposamente, muchas de ellas, son flor de un día, nacen y desaparecen con
extraordinaria facilidad.
A manera de ejemplo, podemos citar, la Gran Misión en
Amor Mayor, un programa social que generó
enormes expectativas en los adultos mayores venezolanos y extranjeros
residenciados en el país. Se les sometió
a un censo, registro e inscripción como
posibles beneficiarios de una pensión por vejez otorgada por el Seguro Social.
La última lista publicada data de octubre de 2013, antes de las elecciones,
después, no ha habido más beneficiarios, las elecciones se han distanciado y,
como quiera que es necesario evitar que los pobre se hagan “escuálidos” y
mejoren su calidad de vida, mejor dejarlos como están, al final, ellos son felices, así, de vez en cuando se
les alimenta la esperanza, y constituyen
la garantía del continuismo y de una nueva nomenclatura en el poder. Mayor demagogia,
imposible.
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