Absalón Méndez Cegarra
El legado de Hugo Chávez es tan diabólico, dañino y perverso, que, su sucesor, Nicolás Maduro, ha convertido, en poco tiempo, a los miembros de la sociedad nacional, personas de bien, decentes, pacíficas, trabajadoras, amables, hospitalarias y honradas, en fieras humanas. El colectivo nacional y sus integrantes, pedimos disculpas por la generalización, hemos sido profundamente dañados en nuestro ser, ética y moralmente; en nuestro carácter nacional y el gentilicio como pueblo amante de la libertad y del actuar correctamente, como se nos conoció en el resto del mundo.
Hoy, volvemos a ser víctimas de la barbarie. De una barbarie impuesta por el gobierno nacional que ha dado sus frutos en el colectivo e individualmente. Ya, no, nos reconocemos unos a otros como pueblo, hermanos, habitantes de un territorio común en el que compartimos lengua, economía, psicología e idiosincrasia. La otredad, el otro, el prójimo o semejante, ha quedado en el pasado, como simple recuerdo de lo que fuimos en un tiempo no remoto. Todo ha cambiado. El otro, no importa. Importo, yo, como individualidad.
Esta es la nueva conducta ciudadana. El “hombre nuevo” cuya creación la inició Chávez y prosiguió su hijo, heredero legítimo: Maduro, con indiscutible éxito. Hemos construido un monstruo demoledor y triturador de personas. Ese, es, el “hombre nuevo” que tenemos, sin duda, legado de Chávez y Maduro, para que lo reconozcan y analicen las nuevas generaciones. La ciencia psicológica venezolana debe abrir otro capítulo, mil líneas de investigación sobre la personalidad, carácter nacional, patrones de conducta y valores de este “hombre nuevo” venezolano.
La mediocridad, incapacidad e incompetencia del gobierno, que se traduce en la destrucción del aparato productivo nacional, el robo descarado, al descubierto, de las riquezas nacionales y la entrega del país a potencias y no potencias extranjeras, lo que ha determinado una crisis humanitaria de grandes proporciones, por falta de alimentos, medicinas, atención médica, falta de divisas, inflación galopante, etc, ha arrastrado consigo el alma y cuerpo de los venezolanos.
Un período de escasez de alimentos y medicinas puede ocurrir en cualquier lugar del mundo ocasionado por razones o fenómenos naturales o sociales, un terremoto o una guerra, por ejemplo; pero, estos fenómenos son temporales y, por lo general, se activa de inmediato la solidaridad y cooperación nacional e internacional para socorrer a las víctimas.
Lo que estamos viviendo en el país carece de explicación y justificación. El gobierno nacional se niega a admitir que estamos en una situación vulnerable de impredecibles consecuencias económicas, sociales y culturales. Hay hambre y miseria en la población. Niños y ancianos están
muriendo de hambre y de falta de asistencia médica y medicinas. Los adultos jóvenes, en plena edad productiva, han reducido sus dietas a lo mínimo, ya se está experimentando la elaboración de alimentos con productos de desecho, arepas con harina de semillas de mamón y mango. La cosecha de mango de este año calmó el hambre de muchos. Venezuela, a diferencia de otros mercados, no tiene productos sustitutivos, alternativos, que permiten desviar el consumo tradicional o la fidelidad de marcas. Y, lo más trágico es que las escasas alternativas han incrementado sus precios a cantidades inaccesibles para la mayoría de la población.
Ante esta tragedia nacional al gobierno no se le ocurre otra idea que la de administrar el hambre y entregar su administración a la casta militar que se ha apoderado del país para su propio bienestar. Algunos sectores militares compiten abiertamente con esa figura delictiva de reciente aparición llamada “bachaquero”, pero, resulta que el “bachaqueo”, ahora, no es al detal, al menudeo, sino al por mayor. Resulta más fácil conseguir un bulto de azúcar de 50 kilos por 50.000 mil bolívares que un kilo de azúcar. Conseguirlo significa dejar un tercio del salario mínimo mensual.
Todo el que tiene algo que vender piensa en hacerse rico de la noche a la mañana. A su producto, obtenido lícita o ilícitamente, le fija el precio que le viene en gana. Si un necesitado no lo lleva por su alto precio, pues, vendrá otro y se lo lleva. Listo. Triplicó o quintuplicó su valor. Obtuvo una ganancia excesiva y fácil, con la necesidad del otro, de su hermano y prójimo; pero, ignora, que esa ganancia, la pierde de inmediato y con creces, si necesita una medicina, repuestos para un electrodoméstico, neumáticos y batería para un vehículo, prendas de vestir, en fin, cualquier cosa, por cuanto el nuevo vendedor hace lo mismo que el vendedor original, vanamente enriquecido con la necesidad del prójimo.
La ola especulativa carece de límites. La propaganda oficial es risible. Las medidas que adopta el gobierno nacional vienen preñadas de corrupción, nacen, como lo calificó el propio Presidente de la República, podridas, porque podrido está el vientre que las pare o las alumbra.
Este venezolano que engendró la “revolución bolivariana” no es el venezolano de antes: bondadoso, caritativo, solidario y humanitario. El venezolano que conocimos, capaz de quitarse la camisa para dársele a un amigo desnudo. No, el venezolano de hoy, disfruta a plenitud, la desgracia del otro. Nos estamos devorando unos a otros.
La delincuencia ha cambiado de formas de actuación y de intereses. Un bollo de pan, seguramente, es más atractivo que un teléfono. El teléfono puede perder valor; pero, el bollo de pan lo incrementa con la necesidad. La prensa nacional registra a diario casos en los que nos agredimos, lesionamos y matamos por un paquete de harina de maíz pre cocida. No importa nada arrebatárselo de la mano a un anciano o a un niño. Nos hemos convertido en fieras humanas. Insensibles ante el dolor de nuestros semejantes, sin importar el vínculo amistoso, familiar o de compañero. Ha reaparecido, con todo su esplendor, la mendicidad de niños, niñas, adolescentes, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres. Todos tenemos hambre y no importa la forma de saciarla. Esa es la gran obra de Chávez y Maduro.
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