PROFESORES UNIVERSITARIOS: LOS NUEVOS POBRES DE VENEZUELA
Absalón Méndez Cegarra
En la literatura política, social y económica de
los últimos tiempos sobre América Latina se ha venido acuñando un término que
da cuenta del malestar social de los pueblos: los nuevos pobres.
La pobreza en el mundo, América Latina y
Venezuela, ha existido siempre, no es nueva. Con la pobreza ocurre lo mismo que
con la delincuencia. La criminología, en un momento dado, nos habló de las
leyes de saturación criminal, entendidas como la capacidad de un pueblo para
albergar la delincuencia. El delito está en el interior de la sociedad. Puede
atenuarse o sobresaturarse. Sí, ocurre lo último, sobresaturación criminal, la
sociedad entra en severas dificultades. Venezuela, es un ejemplo de ello. La
delincuencia organizada, promovida y auspiciada por diversos sectores, se ha
adueñado del país, sobrepasado a los organismos de seguridad del Estado,
algunas, veces confundida con éstos, motivo de preocupación social y de
ingobernalidad.
Con la pobreza ocurre algo similar, sin dejar de considerar que las leyes de regularidad social no guardan la exactitud de las leyes de los fenómenos naturales y físicos; pero, dichas leyes de regularidad social existen y se manifiestan en la realidad cotidiana de los pueblos. La pobreza ha convivido digamos, con la riqueza, a lo largo y ancho de la historia conocida de la humanidad, inclusive, enaltecida, por determinadas ideologías político-religiosas y estigmatizada por otras. Los esfuerzos de la humanidad, particularmente de los organismos internacionales y de los gobiernos del mundo, pese a las manifestaciones y promesas de erradicarla- pobreza cero- sigue manifestándose, cada día, con mayor fuerza, tal pareciera que la pobreza de la gente en una sociedad es un mal necesario y, por tanto, querido y potenciado.
El populismo ramplón, falso, engañoso, que se ha
instaurado en los pueblos latinoamericanos y caribeños, el cual mantiene visos de
perdurabilidad y fortalecimiento, impulsado por corrientes ideo-políticas que
se autocalifican de izquierda revolucionaria, para utilizar un lugar común, ha
multiplicado la pobreza, convirtiéndola en la base de legitimación del poder
político, en clientela electoral nada desdeñable.
Los viejos pobres, es decir, los pobres
tradicionales que tienen presencia histórica en todas las sociedades del mundo,
desde ayer hasta nuestros días, han encontrado, ahora, un rival, un contendor
o, mejor, un acompañante de causa social con el cual convivir. Se trata de los
nuevos pobres.
En América Latina, comenzó a desarrollarse en
los últimos tiempos, al igual que en otros continentes, un vigoroso sector de
población, que ha recibido la denominación de clase media o capa social media,
que hace referencia a un sector poblacional que se fue abriendo un espacio
social, convirtiéndose en poco tiempo en el motor del crecimiento, progreso y
desarrollo económico y social de los pueblos.
La clase media, para los que gusten de la clasificación
social o de la división de la sociedad en clases sociales, constituye el centro
entre dos extremos: la pobreza y la riqueza. Formado, especialmente, por la
movilidad social que produce el fomento y extensión de la educación y el
aprovechamiento de sus oportunidades.
La educación, la educación de calidad, ha
permitido que densos sectores de la sociedad acudan a las aulas de clases para
formarse profesionalmente y, una vez logradas las competencias profesionales,
volcar las mismas en procesos de producción de bienes y servicios orientados al
mejoramiento de la calidad de vida y el bienestar individual y social.
Estas capas medias de la población, no obstante,
su cuantía en términos numéricos y su importancia y significado
socio-económico, se han venido debilitando de manera progresiva, amenazadas,
inclusive, de extinción.
En Venezuela, con la mal llamada “revolución
bolivariana”, etiqueta con la cual se ofende la gloria inmortal de nuestro
Libertador Simón Bolívar, el fenómeno exterminador de las capas medias
profesionalizadas de la población adquiere signos de preocupación. Por una
parte, está el éxodo de profesionales altamente calificados hacia el exterior
y, por otra parte, que explica la primera, el maltrato que se procura a la
población que se mantiene en el territorio nacional, convirtiéndola en la nueva
pobreza, que, sumada a la vieja pobreza, eleva las cifras de población en
situación de pobreza a porcentajes que superan con creces el 70% de la
población total del país.
Manifestación visible y preocupante de este
proceso de envilecimiento social y contra un sector de población, es lo
sucedido con el profesorado universitario, en términos generales, con la
sociedad del conocimiento. El gobierno nacional está empeñado en acabar con la
educación de los venezolanos, con una educación de calidad que promueva y
fomente el proceso de desarrollo nacional. Venezuela, luego de ocupar
posiciones de vanguardia en determinados campos favorables al desarrollo
económico y social, ha comenzado a bajar la pendiente estrepitosamente, en
picada libre, hacia el atraso y el oscurantismo, condenando a la miseria, a la
pobreza, el capital humano, el más valioso de todos los capitales.
Los profesores universitarios de Venezuela
constituimos los nuevos pobres. El gobierno nacional nos ha empobrecido,
arruinado en todos los sentidos y condenados a morir de mengua o, vivir de la
caridad pública. Somos los mendigos del presente.
El mejoramiento de las condiciones generales de
trabajo y de las condiciones de vida logradas con esfuerzo y lucha gremial en
el pasado reciente, se han desvanecido. Ya no tenemos remuneración digna y
justa por nuestro trabajo y hemos perdido todo lo alcanzado en materia de
protección social. El salario recibido no puede llamarse tal, se trata de una
limosna que ya no alcanza, siquiera, para comprar un mendrugo de pan para
aliviar el hambre cotidiana. Enfermar, es lo peor que puede sucedernos, ya no
contamos con los servicios de atención médica, con seguros de HCM, con
programas recreativos, con créditos para la adquisición de vivienda y bienes y
servicios, en fin, lo hemos perdido todo. Las Universidades han dejado de ser
los empleadores de su personal docente y de investigación y, por consiguiente,
el mandato legal contenido en el artículo 114 de la Ley de Universidades
vigente, el cual establece la obligación de la Universidad de velar por el
bienestar de su personal, es letra muerta.
Ha llegado la hora de levantar la cabeza y decir basta. La pobreza en Venezuela muestra todos los signos de sobresaturación. Los profesores universitarios debemos reaccionar y frenar la depauperación social de los venezolanos.
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