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JOSÉ G. HERNÁNDEZ: UCEVISTA

 

                                                    JOSÉ G. HERNÁNDEZ: UCEVISTA

                                                                                                                 Absalón Méndez Cegarra

     El Santo Padre, el Pontífice de la Iglesia Católica, el Papa Francisco, luego de una intensa y extensa investigación sobre la vida y obra del doctor José Gregorio Hernández Cisneros, realizada con rigor por la “Causa de los Santos”, ha decidido, luego de pasar por etapas previas de valoración de la condición humana (siervo de Dios, venerable, beato), llevar a cabo su beatificación, es decir, declarar solemnemente su santidad, ajustada plenamente a los cánones de la Iglesia (canonización).

      El doctor Hernández, oriundo de la población de Isnotú, Estado Trujillo, Venezuela, ha merecido la santidad de la Iglesia Católica en atención a su vida ejemplar, durante la cual logró conjugar perfectamente ciencia y fe religiosa; investigación científica y aplicación de la investigación al servicio de sus semejantes; ejercicio profesional y entrega plena a curar las enfermedades del cuerpo; caridad, amor al prójimo y rectitud ciudadana; docencia e investigación rigurosa con la religiosidad practicante y activa.

      José Gregorio fue un médico con vocación de servicio, que entendió la medicina como un acto de fe y de entrega a sus semejantes, un católico declarado, abierto y comprometido con su fe religiosa, demostrada y demostrable por su comportamiento y acciones en favor de sus semejantes. Un hombre que nunca puso en duda ni vio contradicciones entre ser científico y religioso practicante al mismo tiempo.

      Como todo ser humano, tuvo debilidades, flaquezas, momentos tormentosos, en los que le tocó decidir entre la vocación médica, el ejercicio de la medicina, la docencia e investigación científica y, el llamado de Dios a servirle de otra manera. Las circunstancias de la vida le llevaron a servir a Dios y a sus semejantes desde el plano terrenal de la práctica de la medicina. En dicha práctica encontró la muerte, en lamentable accidente de tránsito en una Caracas despoblada y sin parque automotor, todo lo cual hizo incrementar en la población caraqueña y venezolana del momento el respeto y admiración por el doctor Hernández Cisneros, a quien bautizaron como el “médico de los pobres”, confiándole y pidiéndole con fe su intercesión ante Dios, en momentos difíciles, particularmente, en situaciones de enfermedad, lo que le convirtió, desde mucho antes de su canonización, en Santo milagrosa y su imagen adorada por todas partes.

     Buena parte de la vida del doctor Hernández Cisneros estuvo ligada a la Universidad Central de Venezuela. De ella egresó como médico (bachiller en Ciencias Médicas) y se doctoró en medicina. Doctorado en medicina, el gobierno nacional lo becó para que prosiguiera estudios especializados en París-Francia. Partió al exterior a profundizar sus estudios médicos, a beber en las fuentes de Universidades e Institutos de Investigación los adelantos científicos en el campo de la histología, embriología, fisiología experimental, bacteriología y otras ramas médicas, así como conocer el moderno instrumental para la investigación. De retorno al país, ingresa a la Universidad Central de Venezuela (UCV) como docente, catedrático. Sus alforjas venían llenas de libros, microscopios e instrumental médico y, su mente lúcida, plena de conocimientos, para ponerlos al servicio de la investigación, la docencia y la curación de las enfermedades, buena parte de ellas de etiología desconocida en un trópico florido en padecimientos de salud.

     El doctor Hernández Cisneros dejó huella indeleble en alumnos, colegas profesores, compañeros de trabajo en el laboratorio, hombres de ciencia, pacientes y en todos los que le conocieron. Como profesor universitario fue titular de varias cátedras, creador de nuevas cátedras, acucioso investigador con obra científica escrita y publicada, abierto a sus alumnos, pero, siempre disciplinado y cumplidor de las normas establecidas. Nunca evadió el debate entre ciencia y religión.

      De esta travesía de su vida dan cuenta varios biógrafos, en particular, el doctor Miguel Yaber y María Matilde Suárez. La UCV, posiblemente, con alguna mezquindad, propia de la academia y del hacer científico, ha rendido honores al profesor Hernández Cisneros, entre otros, una placa, con su busto, identificadora del Instituto Experimental que lleva su nombre; pero, un aspecto de su vida universitaria que nos ha llamado la atención, es la de acogerse al beneficio de la jubilación como catedrático, luego de su reingreso a la docencia universitaria, solicitud sustentada en lo preceptuado al respecto, en los Estatutos Republicanos de la Universidad de Caracas, 1827, obra de Bolívar y José María Vargas.

     El artículo 199 de los Estatutos, establecía, que: “El que componga una obra elemental aprobada por la Universidad (…), ganará para el efecto de su jubilación el tiempo que la Junta gradúe según el mérito de la obra, con advertencia de que no podrá exceder de 8 años (…)”. Pues, bien, el profesor Hernández Cisneros, debido a que no tenía el tiempo de antigüedad establecido en la norma estatutaria para optar normalmente por el derecho a la jubilación (un poco más de 14 años), debido a sus ausencias por viajes al exterior, hizo uso de la disposición en referencia, y obtuvo su nombramiento como profesor jubilado.

     María Matilde Suárez, biógrafa del profesor Hernández Cisneros, dice de él, lo siguiente: “José Gregorio Hernández ejerció la docencia desde que tomó posesión de las cátedras en noviembre de 1891, hasta el día anterior a su muerte, sábado 28 de junio de 1919, cuando dictó su última clase. (…) El 15 de junio de 1906 (…) solicitó al ministro de Instrucción Pública la jubilación al cargo de profesor de la Universidad. Como el tiempo reglamentario para obtener el beneficio era de 20 años de docencia no ininterrumpida (…) sometió a la consideración del ministro, una obra titulada Elementos de bacteriología (…) El 20 de junio fue aprobada su solicitud y una asignación mensual de doscientos bolívares (…)”. José Gregorio, hoy, Santo, un jubilado ilustre de la UCV. El mejor homenaje que podrá rendirse a la UCV en sus trescientos años de fundada.

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