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EL COSTO ECONOMICO DE LA MUERTE EN VENEZUELA

Absalón Méndez Cegarra

Muy pocas cosas de la vida quedan en pie en Venezuela. La sociedad venezolana ha sido humillada y mancillada. Los valores del venezolano se han ido extinguiendo progresivamente. Un pueblo católico, creyente, como el venezolano, con fe y esperanza en la trascendencia del ser humano, respetuoso de la vida y de la muerte ha ido perdiendo costumbres, tradiciones y preceptos religiosos y morales.

El venezolano honra a sus muertos. Cree en la resurrección de los muertos. Respeta los ritos funerarios. Pero, ya, ni eso tenemos. Ese ese mundo espiritual, bien cultivado, al igual que el material, lo hemos perdido progresivamente.

Pensar en la enfermedad y en la muerte se ha convertido en un nuevo padecimiento para los venezolanos. No sabemos que es peor económicamente sí enfermar o morir, pues, los dos hechos son causas capaces de dejar en la miseria al más adinerado.

El derecho a la salud como parte del derecho a la vida es violado permanentemente. Las casas de habitación poco a poco se han ido convirtiendo en clínicas particulares, con equipamiento clínico, debido al gravísimo deterioro de la asistencia sanitaria pública. Ingresar a un hospital público es una sentencia de muerte. Ellos no cuentan con lo más mínimo para garantizar a los pacientes una atención médica oportuna y de calidad. Las camas, sí existen, están desnudas y desvencijadas, el ambiente de las salas es de terror, sin mantenimiento alguno. Los mismos pacientes o sus familiares, deben hacer el mantenimiento. No hay equipos, medicinas, alimentación, ni cuidado alguno. Una estancia hospitalaria que no se le desea a nadie. Un hospital, como su nombre lo indica, es un lugar o ambiente de descanso, tranquilo, y confortable, amigable, en fin, hospitalario, al que acude la gente para atender problemas de salud. El paciente, de por sí, llega con dolor y una carga emocional demasiado pesada. Va al hospital por extrema necesidad. A nadie le gusta enfermar. Y, en Venezuela mucho menos, pues, lejos de recibir atención médica en la red asistencial pública, recibe maltrato y desatención, no por culpa del personal médico-asistencial, sino por las carencias de todo tipo. Por otra parte, la tan cacareada gratuidad de la salud pública, es el peor engaño que se le hace a la población. Pacientes y familiares deben costear lo más mínimo y elemental.

El subsector privado de la salud no se va quedando muy a la zaga de la asistencia sanitaria pública. En ella no existe la más mínima dosis de humanidad y amor al prójimo. Todo es dinero y más dinero. Es un reducto sanitario excluyente, accesible a muy pocas personas, básicamente, a los grandes y tradicionales tenedores de riqueza, a los afortunados que cuentan con una buena póliza de HCM, con amplia cobertura y, recientemente, a los nuevos ricos, a los hechos en socialismo.

La enfermedad, vista, así, es la antesala de la muerte. Miles de vidas podrían salvarse con un sistema de salud medianamente eficaz y eficiente; pero, al gobierno nacional no le interesa para nada la vida motivo por el cual promueve la muerte.

La muerte es, siempre, una solución. En Venezuela no es así, La muerte es demasiado costosa no solo en términos de pérdida de afectos, amores y duelos, sino económicamente. Para morir en nuestro país se requiere contar con grandes sumas de dinero.

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y la Ley Orgánica del Poder Municipal atribuyen a los Municipios, competencia en materia de cementerios. En ciudades como Caracas, esta competencia es inefectiva. Desde la construcción del Cementerio del Sur, no se ha construido un nuevo cementerio municipal en el Distrito Capital. Los existentes son creaciones del sector privado, de nuevo, para un sector selecto de la población.

La muerte está en manos de una red que incluye hospitales, funerarias, morgue, registro civil, impuestos municipales, cementerios, sepultureros, floristerías, vendedores de parcelas, albañiles y mantenimiento. Solo falta las plañideras y rezanderas para completar el conjunto.

La incineración de cadáveres apareció como una alternativa económica debido a los altos costos del enterramiento o sepultura y, la pandemia del covid-19 favoreció esta opción. Ya, no lo es. Incinerar un cadáver ya resulta tan costoso como el enterramiento. Algunas iglesias católicas de la Gran Caracas han edificado y facilitado espacios para cinerarios comunes o individuales, nichos en alquiler con pagos iniciales y periódicos. Acción católica y social loable, que debería ser imitada por los Municipios, ya, que, reduce gastos y alivia, en parte, la angustia de la muerte para los deudos y, está bien utilizada la palabra deudos. Familiares y amigos, ante la muerte de un ser querido, se convierten en deudores de elevadas sumas de dinero, razón por la que la muerte no es solución a problemas de enfermedad, por ejemplo, al contrario, genera problemas económicos importantes, posibles de llevar a la ruina a una familia completa.

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