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CUARENTA Y TRES (43) MÁRTIRES



                                                            CUARENTA Y TRES (43) MÁRTIRES


                                                                                                                 Absalón Méndez Cegarra


El pasado fin de semana, los días 22 y 23 de mayo, un rayo de luz, fe y esperanza surcó el cielo de América Latina y el Caribe, especialmente, el de la República de El Salvador y el de Caracas, Venezuela. En las Plazas de San Salvador y Francia, respectivamente, se llevaron a cabo dos grandes celebraciones religiosas; la primera, el día sábado, para llevar a los altares a Monseñor Oscar Arnulfo Romero  Arias, obispo de El Salvador, víctima de la violencia que estremeció a ese país durante la década de los años 80. Mediante Decreto  del Papa Francisco, en el año 3 de su Pontificado, fue beatificado  Monseñor Romero, mártir de América, quien, mientras celebraba la Eucaristía, en 1980, una bala asesina acabó con la vida de  este nuevo redentor del pueblo salvadoreño. El día domingo, en Caracas, Día de Pentecostés (“fiesta cristiana que conmemora el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles), la Parroquia San Juan Bosco de la Urbanización Altamira, a cargo de los padres salesianos, convocó, en horas del mediodía, a una misa en honor a la Virgen María Auxiliadora,  la cual tuvo lugar en la plaza Francia de esa Urbanización.
La feligresía de la Parroquia y vecinos del sector concurrieron masivamente al lugar señalado, para honrar, en primer lugar,  a la Virgen, pedir a ella por Venezuela y los venezolanos, por el presente-futuro de la patria, mil veces mancillada; y, en segundo lugar, por los cuarenta y tres  (43) mártires venezolanos, que, en fecha reciente, entregaron su vida por el único delito de salir a las calles de Venezuela a manifestar su protesta contra  el atropello gubernamental del que es víctima desde hace dieciséis (16)  años el pueblo venezolano. Ellos, por voluntad del pueblo soberano, han inmortalizado sus nombres y dejado  sus cruces en esta emblemática plaza caraqueña.
A los 43 mártires, quienes asumieron la defensa del pueblo venezolano y cargaron sobre sus espaldas hasta ofrendar la vida, el repudio y descontento popular contra un gobierno autoritario, mediocre e incapaz, que tortura y somete a la población diariamente  a una y mil vicisitudes, se suman setenta (70) o más nuevos mártires que purgan condena en las ergástulas carcelarias que el gobierno nacional ha dispuesto para llevar a ella a quien disienta de su modo de pensar y actuar; y, en definitiva,  el pueblo venezolano en su totalidad, pues, todos somos víctimas de la barbarie que caracteriza a este engendro del demonio que tenemos por gobierno de la nación, que mantiene al pueblo en un estado que raya en la locura, la depresión, el desencanto , la frustración y rabia acumulada, la cual, puede, en un determinado momento, salirse de los fueros de la racionalidad, desbordarse, con consecuencias impredecibles.
Durante la celebración eucarística de ese día y en medio de una masiva participación popular, plena de gente joven y niños, se rogó a la Virgen María Auxiliadora, cuya imagen dorada  es símbolo de la Plaza Francia, por los mártires venezolanos que se han sacrificado y han sido víctimas de las balas asesinas que el gobierno ha adquirido, en vez de alimentos,  por grandes cantidades,  para saciar el hambre de odio y de crueldad  de sus milicias, batallones, cooperantes, bandas armadas  y cuerpos de seguridad del Estado, para que nada les falte y respondan  con ellas, inmisericordemente,  al clamor popular; pero, como hemos dicho, se rogó  a la Virgen Auxiliadora, quien todo lo puede, también,  por los presos políticos, entre otros, por  Leopoldo López, Daniel Ceballos, Antonio Ledezma,  los jóvenes estudiantes presos o en régimen de presentación, por todos ellos, encarcelados injustamente, sin prueba alguna que los incrimine, sólo como medio de amedrentamiento para que nadie tenga la audacia de salir a protestar en contra de la barbarie política, la corrupción desatada, la precarización del empleo, la inflación, el robo generalizado, la delincuencia en su máximo esplendor y la incompetencia gubernamental.
Hemos visto llorar a nuestros hijos, familiares, amigos, vecinos, conocidos y desconocidos por lo que ha sucedido y sucede en Venezuela, debido a que no encuentran respuesta a sus interrogantes. Una banda de forajidos se hizo del poder público en Venezuela  y les robó su futuro, su entusiasmo, su fe, su esperanza. Hoy, lloran con amargura su tragedia, su desencanto. Por eso, y, sólo por eso,  migran de su patria querida y adorada y, los que no lo han hecho, piensan hacerlo. El país de sus sueños infantiles y juveniles se les vino abajo, se les derrumbó. Venezuela no es el país en el que desean vivir y contribuir con su esfuerzo a construir y desarrollar. Venezuela, hoy día, es otra cosa, más parecida a la “cueva de Alí Babá y sus cuarenta ladrones”, que, al país que nos dejaron nuestros libertadores y empezaron a construir las generaciones subsiguientes, con la ayuda y el apoyo de los hombres y mujeres venidos de otras tierras, que  se fundieron con nosotros para hacer patria grande, promisoria, de progreso y bienestar. Pero, decepciona  saber, que, en gran medida, son nuestros compañeros de aulas universitarias, los responsables del desastre nacional.
La misa dominical, a cielo abierto, más allá del sentido central religioso, sin duda alguna, la entendimos como un mensaje de paz, esperanza, fe, fraternidad, unidad y reconciliación de los venezolanos y para los venezolanos, en un momento sumamente crítico de la vida nacional. Afortunadamente, nuestra iglesia católica no duerme, ha entendido, perfectamente, su misión sobre este pedazo de tierra. Ella, la iglesia, animada por las palabras y acciones del Papa Francisco, ha comprendido que la labor pastoral significa la búsqueda de la redención-liberación de los pueblos oprimidos. Ante la opresión de los pueblos, no es posible callar, hay que actuar. En la  iglesia católica y en  las demás iglesias que hacen vida en el mundo y en Venezuela está encendida la llama de la esperanza y de la fe en un mundo mejor. En Venezuela, su iglesia católica, es la institución que goza de mayor respeto y confiabilidad. La iniciativa de los padres salesianos de la Parroquia Don Bosco es enaltecedora, ella,  entusiasma y alegra a mucha gente. La misa, como siempre, fue un bálsamo para tanto sufrimiento, un baño de frescura, fe y esperanza,  en medio del desierto.  Felicitaciones, en hora buena. Las oraciones por los mártires fallecidos y vivos serán escuchadas por María Auxiliadora. No hay duda alguna al respecto. Dios no abandona a su pueblo.

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