Absalón Méndez Cegarra
El señor Presidente de la República,
independientemente de las circunstancias que rodearon su elección y clima de
confrontación existente, merece
respeto como persona, ciudadano y primer
magistrado de la nación. Sucede,
que, al igual que ocurría en el pasado
con Chávez, el actual Presidente no se
da a respetar y no pierde oportunidad alguna para maltratar a una inmensa
mayoría de sus administrados, es decir, buena parte de la población venezolana,
que, por diversas razones, discrepan de su gobierno y levantan la voz en señal
de protesta ante situaciones objetivas que causan malestar en la población
total, en la parte adepta al gobierno y en la que no lo es; pero, la población
en su conjunto debe recibir de parte del Presidente un trato respetuoso y
civilizado, no la andanada de insultos e improperios, acusaciones falsas a las
que ya nos tiene acostumbrados. La Constitución y la Ley le ordenan al Primer
Magistrado Nacional conceder a la población, verdadera noción de pueblo, un
trato educado; en efecto, el Presidente es un funcionario público, un servidor
público, después de electo, se debe no sólo a las personas que lo eligieron,
sino a toda la comunidad nacional, al menos, eso es lo que dice
el artículo 145 de la Constitución, cuando establece, que: “Los funcionarios
públicos y funcionarias públicas están
al servicio del Estado y no de parcialidad alguna (…)”. Por otra parte,
el mismo texto constitucional, en su artículo 21, determina, que: “Todas las personas son
iguales ante la ley, y en consecuencia: 1. No se permitirán discriminaciones
fundadas en la raza, el sexo, el credo, la condición social (…) 3. Sólo se dará
el trato oficial de ciudadano o ciudadana (…)”. Sí, la Constitución, es el
texto que regula el pacto social de la República, y, el Presidente está llamado
a respetarla y hacerla cumplir, a que viene ese lenguaje grosero e insultante que, como herencia de su antecesor,
utiliza a diario el señor Presidente, lo que da pie para que la gente reaccione
de la misma manera e impunemente, debido a que en el gobierno no existe
autoridad moral para ponerle coto al insulto como forma de relacionamiento
entre los miembros de la sociedad nacional.
En la actualidad, el Presidente
de la República no es candidato a nada. No estamos en campaña electoral; por
consiguiente, a él no le está permitido darse ciertas libertades en el
tratamiento verbal y no verbal que confiere a quienes, piensa, le adversan, por
diferentes motivos. Los publicistas o
creativos oficiales o gubernamentales
han equivocado, totalmente, su accionar publicitario y propagandístico. La
recién campaña publicitaria gubernamental, orientada, al parecer, por un lado a promocionar la imagen del Presidente de la República, como si estuviese
en campaña electoral; y, por otro lado, a darle un perfil propio, desligado de
su antecesor o padre político, ha venido acompañada de dos noticias de gran
significación para Venezuela y los venezolanos. Como suele suceder, una noticia
es buena, y, la otra, es mala. La buena,
está relacionada con la desaparición abrupta de la imagen del antecesor a sólo
un año de su desaparición física, tal como lo esperábamos los venezolanos, por
aquello del refrán popular que dice: “a Rey muerto, Rey puesto”. Ha desaparecido, por arte de la magia publicitaria, las inmensas vallas con
la imagen del Presidente fallecido, con su mirada vigilante y escrutadora, que
generaban contaminación visual, enormes e innecesarios gastos fiscales, y las cuñas televisivas, con fragmentos de
sus discursos, etc, para ser sustituidos por la imagen del Presidente actual,
su sucesor, utilizando distintas poses: de pelotero, deportista, locutor,
artista de cine, cantante, bailarín,
galán de televisión y, otras. Siempre, impecablemente, vestido. La
noticia mala, es que los publicistas oficiales, por su reduccionismo y escasez
de conocimientos de la historia patria, olvidaron que la consigna política que
identifica en Venezuela a una organización partidista con una determinada y
equivocada noción de la palabra pueblo, pertenece, desde el año 1941, al
partido Acción Democrática. A.D, partido de masas y poli clasista, se
identificó, desde su inicio, como “el partido del pueblo”. Y, en efecto,
utilizó como emblema, la imagen de un hombre desmigarriado, con camisa, pantalón y alpargatas derruidas y un bollo de
pan en el bolsillo trasero del pantalón, a quien denominó “Juan Pueblito”. En
Venezuela, desde entonces, el liderazgo
político, de cualquier tendencia, identifica al pueblo, con pobreza, es
decir, con un sector de población en particular, la sometida, principalmente, a
privaciones económicas, educativas, de salud, habitacionales y muchas más,
plato apetecido para la demagogia y el clientelismo político, creador de
esperanzas y promesas que jamás son cumplidas, pero, que, sirven, y, mucho, para darle legitimidad y fortaleza al poder
que se alcanza a partir del voto que sale de las humildes cabezas, credulidad y
encorvadas espaldas de esta población.
Con esta noción de pueblo, buena
parte de la población, factor determinante para la existencia de un Estado
nación, desaparece de la escena política. No cuenta para nada. Es lo que el
señor Presidente y sus acólitos califican con cuanta palabreja se les ocurre.
Son, en propiedad, los nuevos pobres o los nuevos excluidos sociales por
voluntad gubernamental. Pero, hay algo más en la publicidad oficial. Primero,
la imagen presidencial asociada al pueblo, no se parece, ni remotamente, al “Juan Pueblito” de
A.D. Esta nueva encarnación de pueblo es la de un acaudalado hombre de
negocios, un gran banquero que se pasea por la gran manzana de New York. Por
otra parte, y, aquí, hace gala la sabiduría e ingenio de la gente: El
Presidente de la República dice ser pueblo; pero, resulta que el pueblo ha
muerto, por cuanto hace muy poco tiempo, murió el “corazón del pueblo”. Un
cuerpo-pueblo sin corazón, no tiene vida; además, la poca vida que quedaba,
curiosamente, una Guardia del Pueblo, junto con la inflación, la
escasez de bienes y servicios, los bajos salarios, la inseguridad ciudadana, la
corrupción y la delincuencia de todo
tipo, la está exterminando. El “corazón
del pueblo” abandonó a su pueblo para
siempre y no hay reencarnación posible. Por tanto, Maduro no es pueblo.
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