MISIONES ELECTORALES
Absalón Méndez Cegarra
Hoy, domingo, 8 de diciembre, los
venezolanos tenemos un deber cívico que cumplir: asistir, masivamente, a los
centros electorales a ejercer nuestro derecho al voto para elegir Alcaldes y
Concejales Municipales; pero, no cualquier Alcalde o Concejal, sino aquellos comprometidos
con la vigencia, importancia y significación del Poder Público Municipal, como
base de la organización política nacional, tal como lo establecen los artículos
16, 18 y 168 de la Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela.
Esta es una gran oportunidad para
rechazar el engaño, el fariseísmo y la mentira de las personas que se han postulado o las han postulado como
candidatos con el compromiso previo, que, de resultar electas, deben sepultar el Poder
Municipal y la descentralización territorial, sin importar que con ello se
violan expresas disposiciones constitucionales y legales, como ocurrió en las anteriores elecciones
municipales con la Alcaldía Mayor o Metropolitana, pues, al quedar en
manos distintas al oficialismo, éste se
encargó de castigar al pueblo de Caracas,
montando, inconstitucional e ilegalmente, un aparataje paralelo y restar recursos y
atribuciones a la Alcaldía, hasta reducirla a la más mínima expresión. Nadie
entiende, cómo, ahora, se propone una cosa distinta, inclusive, hacer de la
Alcaldía un verdadero gobierno Metropolitano. Igualmente, ha sucedido con todas las
Alcaldías que han estado en manos del partido político oficial, al permitir que
formas de organización como las comunas, bajo la argumentación de la participación
protagónica del pueblo, usurpen atribuciones y funciones que la Constitución y
la Ley confieren al Poder Municipal. Quienes han actuado, por acción u omisión,
de esta manera, no tienen derecho alguno a
solicitar la confianza de la voluntad popular. Tampoco, deberían tener
ese derecho, quienes a diario irrespetan
a la población con ofrecimientos que constituyen promesas anteriores
incumplidas, disponiendo de todos los recursos y el poder para haberlas
cumplido, o, como sucedió el miércoles 4
de diciembre, durante todo el día, al cerrar, totalmente, la Redoma de Petare,
para celebrar un acto de proselitismo político, causando una tranca descomunal,
que afectó considerablemente a la población residente de las zona adyacentes.
Un verdadero acto de atropello al ciudadano y de violación de derechos humanos,
repudiable en toda su dimensión.
La política social de un Estado
cualquiera cumple varios propósitos. Uno de ellos, sin duda, es el de la
legitimación del poder, mediante programas sociales orientados a la redistribución de la renta,
que se traducen en transferencias de recursos económicos a determinados
sectores de población bajo el argumento de actuar contra el fenómeno de la
pobreza.
En Venezuela, se ha potenciado de
manera considerable el asistencialismo social.
No es nada nuevo, por cuanto programas sociales han existido siempre. Lo
novedoso de la actualidad es que los programas sociales de corte asistencialista,
como hemos dicho, fundados en un enfrentamiento a la pobreza, terminan siendo programas
para captar una clientela electoral.
Los viejos programas sociales
típicos de la IV República, tienen, en la V República, nuevo ropaje;
ahora, se les conoce con el nombre de
“misiones sociales” y “grandes misiones sociales”. Estos programas, ciertamente,
son importantes, y, cuando son pensados para atacar de raíz males sociales,
cumplen una importante función social, no sólo como legitimadores del poder,
sino como mecanismos de reproducción de la fuerza de trabajo e, inclusive, de
acumulación de capital; pero, cuando se tergiversan y, con ellos sólo se busca
crear una clientela electoral se pervierten por completo, generando mayores
males sociales, como está sucediendo en la Venezuela actual, al crear una
mendicidad clientelar del poder.
Corre información por todo el
territorio nacional que, el PSUV, en su
afán de mantener el poder, en esta caso, obtener el triunfo electoral en las
municipales, ha estado cruzando la data del padrón o registro electoral del CNE
con la data o registro de las distintas dependencias públicas a cargo de las
“misiones Sociales”, con la única intención de chantajear a los beneficiarios de ayudas sociales,
canjeando las mismas por el compromiso de votar de determinada manera. Esto resulta, sencillamente, humillante. La ayuda
social, bajo el principio de la solidaridad y el derecho humano de toda
persona a ser protegida socialmente, no
debe ir en contra de la dignidad humana. La ayuda social no puede ser
denigrante para quien la recibe, de la misma manera, que no es enaltecedora
para quien la otorga, mucho menos si la ayuda proviene del Estado, que, es,
tanto como decir, de la sociedad entera. Por ejemplo, si, PDVSA, es decir, la
riqueza petrolera del país, es de todos los venezolanos, no hay razón que
justifique, que, un determinado partido político, por estar en el poder,
capitalice una acción que es realizada por todos. El refranero popular tiene
una máxima que dice, “lo que la mano derecha da, no debe saberlo la izquierda”.
Y, el mensaje bíblico, nos dice, que, “hay que hacer el bien, sin mirar a
quien”.
Si el partido oficial está
realizando la práctica señalada, lo que no ponemos en duda, por cuanto son los
propios beneficiarios de las “misiones sociales” quienes lo afirman o, más
grave aún, las personas incorporadas en listas de espera, sólo con la promesa
que algún día serán beneficiarias, dicha práctica es francamente rechazable y condenable. Se
trata de una burla y de un irrespeto inadmisible a la dignidad de los seres
humanos, que, como hecho dicho, desnaturaliza por completo el significado de la
protección social como derecho humano social, fundamental. Y pone al
descubierto un acto demagógico y chantajista, contrario, al humanismo que suele
pontificarse., como base de sustentación de una revolución que no es tal.
Las “misiones sociales”, cambian,
de inmediato de denominación, y, pasan a denominarse, como corresponde, como
debe ser, sin subterfugios de ningún tipo, “misiones electorales”. Tal acción,
puede tener, en el corto plazo, un
resultado favorable; pero, en el largo,
un costo político alto, cuando la esperanza resulte frustrada.
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