Absalón Méndez Cegarra
El pasado domingo, 14 de abril, tuvo lugar en Venezuela un nuevo, inesperado
e inédito proceso electoral para escoger
el Presidente de la República que completará el período constitucional
2013-2019. En su oportunidad, publicamos un artículo, en este mismo Semanario,
en el que señalamos que ese día, 14 de abril, terminaría la
larga, oscura y borrascosa noche que ha acompañado a los venezolanos durante
más de 14 años. Hoy, dado los hechos acontecidos, pensamos, seriamente, que nos
equivocamos, que la noche negra se prolongará por mucho más tiempo y será más
tormentosa, pues, ya se advierten
los primeros nubarrones que anuncian la
tempestad.
Sobre el proceso electoral en
referencia se han hecho y se harán múltiples y variadas lecturas. Los
acontecimientos tienen un antes, un durante y un después. El antes, para no ir
muy lejos, es la anterior campaña electoral que tuvo como candidato a quien,
para el momento, ocupaba la Presidencia de la República. Con pleno conocimiento
de su enfermedad terminal, engañó a la población entera ofreciendo
su candidatura para una
reelección, a sabiendas que no estaba en condiciones físicas y mentales
para mantenerse en el poder. Tan pronto
obtuvo el favoritismo de la voluntad popular, se impuso la realidad, siempre
terca, y desapareció de la escena política, dejando el gobierno de la nación en
manos de un gobierno extranjero y sus acólitos venezolanos. Con el
fallecimiento del Jefe del Estado se da inicio a otro capítulo de una historia
macabra de mentiras y falsedades. Se violenta el ordenamiento jurídico
constitucional para hacer posible un legado salido de una mente febril,
acostumbrada siempre a preñar de adversidades y peligros al pueblo venezolano.
Luego de muchas violaciones legales, se
anuncia una elección presidencial para completar un mandato que ni siquiera se
inició formalmente. El candidato oficial, como era de esperar, es el ungido por
el sacrosanto poder del líder fallecido, a quien, de paso, se le confiere la
encargaduría de la Presidencia de la República, para completar el cuadro de
condiciones que permitiera toda la
concentración del poder. Bajo este cuadro de condiciones se produce
una campaña electoral sumamente corta,
en la que el candidato oficial logra exhibir todo lo que es capaz de hacer con el usufructo del poder
y la riqueza del Estado venezolano. Instituciones y recursos públicos fueron
puestos al servicio de su frágil candidatura. Decimos frágil, porque ni
siquiera asumió su propia personalidad, sino que tuvo que hacerse acompañar de
un fantasma que le sirviera de alter ego. Celebrado el acto electoral,
organizado por un apéndice del Ejecutivo Nacional, como era de esperar, estuvo colmado de irregularidades y, la mayor
desvergüenza, la constituye el despojo
del triunfo electoral del que ha sido
víctima el candidato opositor. El reclamo justo, correcto, apegado a la legalidad
hecho por parte de la oposición ha sido entendido por el oficialismo, como
es costumbre, actitud desestabilizadora, golpe de Estado, motivo suficiente para que
se endilgue a la mitad de la población venezolana todo tipo de descalificaciones, agresiones y
atropellos y para que se activen los cuerpos parapoliciales creados para
atemorizar a dicha población y sembrar miedo en ella.
Una petición, normal y regular en
cualquier proceso electoral, apegada a la ley, como es la de solicitar, por
parte de la oposición, la revisión de
los escrutinios, considerando el número de comprobantes del voto depositados en
las urnas o cajas electorales, su chequeo con las firmas estampadas en los
cuadernos de votación y con las actas que se remiten a la sala de totalización
del CNE, es visto por el Poder Electoral como un irrespeto a su alta,
confiable, segura y transparente investidura. El pedimento opositor no
encuentra eco en el Poder Electoral, al contrario, acelera el acto de
proclamación, tal capítulo final de una obra dantesca.
La pieza oratoria de quien
preside el Poder Electoral, preámbulo del acto de proclamación de un Presidente
de la República, a quien, su opositor, considerado, con razones válidas, no
desmentidas, aun, ganador, califica de
ilegal e irrito, pasará a la historia de la política venezolana como un
discurso que ejemplifica totalmente la adulación y el servilismo complaciente y
acomodaticio. El Poder Electoral prefiere, muy a su gusto, que las calles de Venezuela se llenen de
sangre, mueran miles de venezolanos de
un lado y de otro, que el país se haga ingobernable, a acceder, a una petición legal y posible, además,
positiva para el país y legitimidad del gobernante, a un conteo o reconteo, voto a voto, de lo que ocurrió ciertamente el domingo 14
de abril de 2013.
La cabeza del Poder Electoral no
escatimó esfuerzo alguno para burlarse del país nacional. No sólo niega un
pedimento legal y legítimo, hecho por la
mitad de la población, por uno de los Rectores de dicho Poder y, aceptado, por
el mayor interesado en que se conozca la verdad, como vía para darle piso legal
y base de legitimidad a su investidura presidencial, sino que invoca la
existencia del Estado de Derecho y de las vías administrativas y
jurisdiccionales para dar curso a las peticiones de los interesados, como bien
lo ordenan los artículos 26 y 31 de la
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, haciendo ver que nos
encontramos en un país normal, donde funciona la separación de poderes y la
institucionalidad pública, Con razón, el verdadero Estado de Derecho, el cual
se encontraba arrellanado en sus sillas, a pocos metros de distancia de la
oradora, mantenía una sonrisa entre
burlona y grotesca, cual muchacho travieso, quien se reconoce
autor de todo lo ocurrido, pues, por sus artimañas leguleyas, estamos al
borde de un precipicio político,
económico y social, a las puertas de un estallido social de impredecibles
consecuencias.
El Poder Electoral, puede y debe
detener la conflictividad social en formación. El pueblo está cansado de tanta
mentira y atropello. Si el Poder Electoral está tan seguro del triunfo del candidato que
ya fue proclamado por qué no rematar la faena admitiendo y haciendo posible, a
la brevedad, la petición de la parte declarada perdedora. Vamos a contar voto
por voto. A descubrir la verdad. Sin miedo.
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