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UNA MAMARRACHADA “ARTÍSTICA” DEGRADA AL CACIQUE GUAICAIPURO

Absalón Méndez Cegarra

        Venezuela, pareciera no tener futuro, sino un pasado y, no muy glorioso, por cierto.  Hugo Chávez, trocado en historiador y, Nicolás Maduro, en aprendiz, se han empeñado en escribir una nueva historia de Venezuela. Una historia acomodaticia, a su gusto. Que mira hacia atrás, aunque la misma no le diga nada a las nuevas generaciones de venezolanos inmersos en el mundo digital, para quienes lo importante del pasado es lograr entender el presente-futuro.


    Chávez, primero, y, ahora Maduro, han adoptado como política, según se observa, de Estado, la de   negar hechos históricos, pretendiendo obviar unos para enaltecer otros, con argumentaciones baladíes, carentes de fundamentación. Una historia maquilladora, hecha a conveniencia, para abrirse un papel protagónico en esa historia de reciente creación, con la que se pretende adoctrinar a niños, jóvenes y adultos dentro de un sistema educativo convertido en un verdadero “aparato ideológico” del Estado venezolano.  De esta forma hemos visto bajar de los altares a los héroes de la patria para sustituirlos por las figuras prominentes del mundo aborigen, abominando del encuentro de culturas, alimentando una leyenda negra que no contribuye para nada a los fines de entender nuestro proceso de poblamiento y lo que ha significado para la Venezuela actual trescientos años de vida colonial y más de doscientos años de vida republicana.


    Resulta inexplicable que se cuestione, por ejemplo, las atrocidades cometidas durante el régimen de conquista de ayer y el correspondiente coloniaje, igual, la guerra de independencia, pero se avale y vanaglorie el caciquismo post independencia y, lo más grave, el nuevo coloniaje, el creado por Chávez y Maduro, el que ha convertido a Venezuela en un apéndice de Cuba y hechos cuestionables en el mundo de nuestros días, como la invasión de Ucrania por parte de Rusia.

    En ese afán de darle una lectura diferente a la historia de Venezuela y negar la labor esclarecedora de eminentes historiadores, Chávez y Maduro, seguido de sus acólitos, vienen tergiversando los hechos históricos del pasado para construir una historia interesada que satisfaga determinados propósitos.  Se abusó hasta la saciedad de la figura de Simón Bolívar, se profanó su tumba, para buscar similitudes físicas. Se cuestionó a héroes patrios como José Antonio Páez. Se modificaron los símbolos patrios. Se cambian nombres de parques, plazas, avenidas y de entidades federales a conveniencia, en fin, se niega la importancia y significado de determinados personajes de nuestra historia para elevar la imagen de otros que podrían ser reconocidos sin negar el valor histórico de otros.  Esta situación es la que estamos viendo en la ciudad de Caracas, entre otras medidas, mediante el cambio de denominación de la principal arteria vial de la ciudad, bautizada, otrora, con el nombre de Francisco Fajardo, en honor al fundador del núcleo inicial de población que dio nacimiento a la ciudad capital, Caracas, fundada, posteriormente, por Diego de Losada, con el nombre de Santiago de León de Caracas.

    La autopista que une a Caracas de punta a punta, de este a oeste, seguirá siendo para quienes habitan en Caracas, la autopista Francisco Fajardo, así, como para los   guaireños, la denominación de su Estado, será Vargas, en reconocimiento a un sabio nacido en esa tierra, símbolo indiscutible de la civilidad venezolana.

    Maduro ha querido y lo ha concretado con creces sustituir en la historia patria a Francisco Fajardo por el Cacique Guaicaipuro.

    Nadie duda del valor de los pueblos autóctonos que poblaron el territorio de la hoy república de Venezuela y de la resistencia opuesta al conquistador español; pero, eso no niega, un hecho histórico, el encuentro de dos culturas, hecho que requiere ser entendido y explicado, no demonizado.

    Francisco Fajardo, tanto ayer como hoy, es un venezolano, como lo es Simón Bolívar. Ambos tienen origen español por sus ascendientes directos; pero, los dos, guardando las distancias, fueron y son, venezolanos por nacimiento.  Y, ningún venezolano, puede ser repudiado y negado por el gobierno nacional, porque sí se condena a Fajardo por crímenes cometidos, igual, hay que condenar a los héroes patrios, por la misma causa, e, incluso, a los libertadores de pacotilla de hoy, quienes violan, también, los derechos humanos, privan de libertad, torturan y asesinan a quienes consideran sus enemigos, pues, aunque se diga lo contrario, la historia se repite, solo que en otras circunstancias y con actores diferentes.

    La autopista Francisco Fajardo ha sido rebautizada con el nombre de Gran Cacique Guaicaipuro y pintarrajeada con rostros aborígenes y sus manifestaciones culturales. En su honor se ha construido una especie de mausoleo, artísticamente, a nuestro juico, de mal gusto, el cual debe haber costado una fortuna. En palabras crudas se trata de una mamarrachada de homenaje a Guaicaipuro que lejos de enaltecerlo lo degrada. Esta será una obra colocada en la autopista, la cual, junto con la esfera solar del eminente pintor Jesús Soto y el Paseo de Los Próceres, actualmente, de la Nacionalidad, serán la vaca lechera de la corrupción en el uso de los recursos públicos. Gigantesco negocio para enriquecer a algunos enchufados, trocados de artistas.

    Sí, el gobierno nacional, en su legítimo derecho, quiere rendir culto a nuestro pasado indígena, lo cual es loable, lo mejor que podría hacer es preservar, cuidar y proteger, mejorar la calidad de vida, de los descendientes de los Guaicaipuro, es decir, de las tribus indígenas que pueblan el territorio nacional, sobreviviendo a una y mil vicisitudes. Los aborígenes de hoy son, también, venezolanos, personas dignas que merecen el mayor respeto y consideración; sin embargo, se les asesina, se les veja, atropella y humilla, se les expulsa de sus territorios donde hacen vida y construyen su cultura, se les contamina sus aguas y se les destruye el medio natural, su hábitat.

    Mirar a Venezuela por el retrovisor, en retrospectiva, regresar al pasado aborigen, no es un proyecto de país hacia el futuro que anime a las generaciones actuales. ¿Qué puede decirle Guaicaipuro a los niños y jóvenes de hoy?  Nada.  Pues, nuestros aborígenes fueron guerreros, no arquitectos, ingenieros, agricultores, pastores, et., es decir, trabajadores, como el pueblo Inca, Maya o Azteca.  Al presidente de la República,  estudiar un poco a nuestros historiadores no le vendría mal.   

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