Absalón Méndez Cegarra
La República de Venezuela es un
Estado Federal Descentralizado sólo en
la fría e inaplicable letra del texto
Constitucional, pues, en la práctica, como bien lo establece la Carta Fundamental,
el federalismo y la descentralización se hará efectiva en los “términos consagrados”
en la Constitución y, dichos términos, corresponde a los de un Estado centralista, unitario, presidencialista. El mayor esfuerzo técnico-político realizado
en el país para dar un giro importante a la organización del Estado, se produjo
con la creación de la Comisión para la Reforma del Estado (COPRE). Fruto del
trabajo de la COPRE, es la Ley de Descentralización y la elección directa y
secreta de los Gobernadores de las entidades federales.
La descentralización ha sido
atacada desde diferentes frentes por tirios y troyanos. Y, la elección de Gobernadores
y Alcaldes, vigente, aún, ha sido desnaturalizada, ahogada por el gobierno
central, pues, si bien es cierto los Gobernadores son electos por los votantes de las diferentes entidades
federales, no es menos cierto que en los últimos tiempos, más que elecciones
tenemos imposiciones. La mayoría de los
Gobernadores actuales carecen de arraigo
en la región. Las personas que resultan candidatos a gobernadores por el dedo
impositor, por lo general, no conocen la entidad ni sus problemas y
potencialidades, no son nativos de la misma ni han vivido en ella como lo establece la Ley especial que regula la materia
electoral y era costumbre en el pasado.
El período de ejercicio de los
Gobernadores es de cuatro años. Este año, 2016, corresponde organizar las
elecciones que permitan renovar el gobierno federal. Estas elecciones no pueden
ni deben ser diferidas bajo ningún aspecto, menos, negociadas por alguna otra iniciativa, sin
importar que la misma esté animada de
las mejores intenciones. La continuidad administrativa, obra cumbre del TSJ, ha
resultado nefasta para el país y para
algunas instituciones, tal es el caso de las Universidades Autónomas
Nacionales. La Constitución y la Ley no establecen ni permiten la prórroga de
mandatos cuando éstos derivan de la voluntad popular expresada en actos
electorales. El artículo 6, de la Constitución señala, que: “El gobierno de la
República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen
es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado,
alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables”. Parece una
ironía. El Constituyente de 1999 estableció en la Carta Magna, lo opuesto a lo
que sucede en la actualidad, es decir, el mundo al revés y, todavía, seguimos
proclamando que cumplimos con lo que la Constitución estatuye, “dentro de la Constitución, todo; fuera de la
Constitución, nada”.
La elección de gobernadores y la
descentralización marchan de la mano. Con la elección de gobernadores por parte
de la población de la jurisdicción que se aspira gobernar se empodera a la
gente de un acto soberano, cual es el de
decidir quién le gobierna y el acortamiento de la distancia que media entre gobernantes y el verdadero soberano: el
pueblo. Con la descentralización, el pueblo se apropia de su propio destino.
Conoce sus dolencias y padecimientos y, por ese conocimiento, también, sabe de
sus potencialidades y de la viabilidad de proyectos de acción económicos,
políticos, sociales y culturales, por lo que se
convierte en co-gestor de la transformación, progreso económico y
social, y, por derivación, artífice de su bienestar social; por consiguiente, hace efectiva la llamada participación
protagónica, pues, el pueblo es el propio protagonista del cambio social.
Rafael Irribarren, apreciado
amigo, dirigente político y comunitario,
luchador social de larga data por las mejores causas, con una trayectoria política lograda con
esfuerzo y rectitud desde sus tiempos de dirigente estudiantil en la
Universidad Central de Venezuela, viene desarrollando una tesis política, en el
mejor sentido de la palabra, sumamente interesante, la cual apoyamos. Se trata
de la elaboración de una “agenda
ciudadana”, entendiendo por tal la construcción de un proyecto de país, desde las bases, desde los
ciudadanos, que rompa con las imposiciones de los gobernantes, mediante esa
figura, ya fatídica, que se conoce como “planes nacionales” (“Plan de la
Patria”), los cuales no son más que ilusiones, ejercicios técnicos y metodológicos de la planificación artificial.
Irribarren, propone, una cosa totalmente distinta e innovadora, cual es que el
pueblo dicte a los gobernantes lo que espera de ellos y no al revés, que los
gobernantes digan lo que quieren hacer con el pueblo.
La elección de los Gobernadores
de las entidades federales, consecuencialmente, la descentralización,
constituyen una extraordinaria
oportunidad para oxigenar la dinámica
política actual en Venezuela, razón por la que deben realizarse las elecciones
sin demora alguna dentro de los lapsos que prescribe la ley de la materia. A la
población de cada entidad federal corresponde construir su propia “agenda
ciudadana”, lo que se traduce en establecer para los aspirantes a gobernador que el pueblo
seleccione, lo que se espera del
ejercicio del gobernante. Esta tesis de Irribarren rompe con una concepción
tradicional y acostumbrada en Venezuela de hacer política. Rompe, igualmente,
con la polarización política, acerca, une y compromete más a los ciudadanos y crea lo que Irribarren denomina
apropiadamente, un nuevo “actor
político”.
A este “actor político” y, no a otro, es al que se debe el ejercicio del
poder, no en vano, es en el pueblo donde reside la soberanía y la legitimidad
del gobernante. Este pueblo ciudadano es el que debe ser convocado al diálogo
para dirimir la situación política nacional. El pueblo, en este momento, no
tiene interlocutores válidos, ni internos ni internacionales, para sentarse
alrededor de una mesa a discutir cómo salir de la situación política, económica
y social en la que nos encontramos los venezolanos, pues, quienes llaman al
diálogo, son los responsables de la crisis que vive el pueblo venezolano. Resultaría
paradójico, por decir lo menos, o, milagroso, quizás, que
los mismos actores que hundieron al pueblo venezolano en la miseria, sean,
precisamente, quienes, ahora, van a dictar las pautas para salir de la ciénaga
en la que estamos sumergidos. Un nuevo “actor político” debe hacerse presente.
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