Absalón Méndez Cegarra
La administración de justicia es
la misión más delicada y compleja que la sociedad organizada confía al Estado,
en el entendido que el Estado le representa y se erige como la personificación jurídica
de la Nación. Razón por la que las sociedades han tenido particular cuidado al
momento de seleccionar a los juzgadores
de la conducta humana. Los requisitos para ser juez deben ser sumamente
rigurosos. No existe otra función que entrañe tanta responsabilidad, seriedad,
conocimientos jurídicos y de la conducta humana, vocación de servicio,
comportamiento ético, independencia de criterio, entre otras cualidades, que la
del juzgador.
En Venezuela, lamentablemente,
sobre todo en los últimos tiempos, la selección de los jueces es un
proceso que se ha flexibilizado y relajado tanto, que, con contadas
excepciones, “cualquier burro o burra con corbata” es magistrado del más alto
tribunal de la República o de cualquier instancia judicial constitutiva del
aparato de administración de justicia. Buena parte de los magistrados del TSJ
no cumplen los requisitos constitucionales y legales para ocupar la
magistratura. Esta es una verdad del
tamaño de un templo. La mayoría de los jueces de instancia son provisorios,
porque al gobierno le interesa que así sea para poder influir sobre ellos y
torcer, a su antojo, la recta aplicación del Derecho y la justicia; por
consiguiente, nuestra administración de justicia tiene demasiadas dolencias y
la principal de ellas, que afecta la
cabeza del poder judicial, es su inconstitucionalidad, ilegalidad e
ilegitimidad para ser juzgadores, con el
perdón de los jueces probos y rectos que existen.
Estos comentarios sobre la administración de
justicia en Venezuela vienen al caso al recordar la trama de una hermosa novela
corta de Stefan Zweig, gran escritor nacido en Viena, en el año 1881,
denominada: “Los ojos del hermano eterno”. La trama de esta novela, en nuestra
opinión, no literaria, por supuesto, es una requisitoria a la administración de
justicia y a los juzgadores en todos los tiempos. El personaje central de la
novela de Zweig, es “Virata”, gran guerrero, primero, y, luego, gran
juzgador y consejero del reino de Rajputa. Virata, como buen siervo, dominó a
la disidencia del reinado con su espada invencible; pero, en esa misión dio
muerte a su hermano con su espada, hecho que le torturó psicológica y
moralmente durante toda su vida. En
todos sus actos veía los ojos acusadores de su hermano muerto. Virata, durante
varios años se desempeñó como juez y en su ejercicio demostró ser un juez
recto, justo, imparcial, cuyas
sentencias no eran contradichas; pero ocurrió que fue llevado ante su presencia
un asesino, quien, admitió, rápidamente, su culpabilidad; pero, recriminó a Virata
y a sus denunciantes los criterios de verdad con los que sería juzgado. En
efecto, preguntó a Virata: ¿Cómo puedes saber lo que es verdadero y lo que es
falso desde lejos, si tu conocimiento sólo se nutre del hablar de la gente? Virata lo sentenció. Virata, poco tiempo
después, pidió al Rey una licencia, y, calladamente, sustituyó al reo en las
mazmorras a las que lo había confinado.
Permitió que éste se fugara y él,
Virata, ocupó su lugar y sufrió las torturas impuestas y el encierro en la
oscuridad. Virata quería seguir siendo un juez justo y para ello necesitaba
conocer la verdad, al conocer la verdad, dejó de ser juez y se retiró en
solitario a una montaña. No quiso seguir enjuiciando y castigando a
personas por dichos de terceros. Por eso, el sistema judicial actual ha creado un artificio para que los jueces no
carguen con culpas, la llamada “verdad procesal”, la cual puede o no coincidir,
con la verdad verdadera; pero, esa verdad procesal condena y priva de libertad a personas inocentes como
ocurre con frecuencia en Venezuela.
La historia de Virata es una gran
lección para el sistema judicial venezolano y la formación de los jueces.
Materia obligatoria para ingresar a la carrera judicial.
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