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Persecución Implacable



                                                               PERSECUCIÓN IMPLACABLE
                                                                                                             
                                                                                                                      Absalón Méndez Cegarra

El gobierno nacional se ha quitado todas las caretas que le permitían cierto barniz democrático. Todas sus caretas han rodado por el suelo. No hay una sola acción gubernamental  que le de alguna apariencia  de legalidad y legitimidad. El gobierno,  como bien  dice la canción,  es un “barbarazo”,  ha acabado con todo, inclusive, hasta con su base de apoyo, pues, no lo quieren ni en su casa. Al Presidente de la República lo repudia y rechaza todo el mundo, pienso, que él mismo se rechaza, se mantiene en pie, y, hace esfuerzos sobrehumanos e, inclusive, sobrenaturales, para conservar la silla presidencial por obligación y por  las muletas que le brindan  los hermanos Castro y, pensamos, con cierta suspicacia, hasta por el gobierno  de los  Estados Unidos de América, aunque resulte extraño para algunos, pues, resulta difícil entender tanta discurso contrario al imperio, acompañado de tanta amistad, generosidad, receptividad, reciprocidad y aceptación considerada de delincuentes que invierten y hacen vida fácil en el país del Norte. Un país que se caracteriza por ser estricto en materia migratoria y por la independencia y rigidez de su aparato de administración de justicia.
El gobierno nacional, está “tirando el resto” como se apuesta en el juego de naipes. Y, su “resto” no es otro que la persecución implacable, y,  para lograr tal propósito  ha armado a un buen sector de la  población al que ha lanzado a la calle, previa creación de un cuadro de condiciones objetivas: decretos de emergencia económica después de 17 años de destrucción del aparato productivo y decreto de excepción para tener carta blanca que facilite el impedir  que la gente tome la calle y canalice por esa vía su enorme malestar.
En Venezuela se están cerrando todos los caminos de la convivencia pacífica. La población está asfixiada ante una situación irresistible. No hay ingreso alguno que permita hacer frente a la hiperinflación instaurada. La bomba de tiempo que se venía instalando desde hace tiempo está a punto de estallar. El gobierno lo sabe perfectamente. Y, en conocimiento de ello, está tomando todas las medidas que obstaculicen una canalización de la inconformidad por la vía de la protesta pacífica. El gobierno propicia la violencia porque ella le legitima, le favorece  y le permite arremeter contra la población inerme y desarmada. El cuento de una “revolución” pacífica; pero armada, ha terminado estrepitosamente. Tenemos, contrariamente,  una dictadura militar, armada hasta los dientes, para arremeter contra quien tenga la osadía de mostrar pública o privadamente su desacuerdo.
La persecución se ha desatado con furia, con toda su fuerza. Ciudades, pueblos, autopistas, avenidas, calles y caminos están minados de cuerpos de seguridad y de organizaciones para-militares creadas por el gobierno nacional con el único fin de amedrentar al colectivo y poner contención a su rabia.  La composición de las Fuerzas Armadas es muy distinta a la que establece el Texto Constitucional en el que todo el gobierno ha dejado de creer y la oposición, ingenuamente, piensa, todavía, que, tal “hoja de papel”,  existe y es factible que regule la vida política, social y económica del país. Nada que ver. La Constitución, en tanto pacto político-social ha perdido toda su credibilidad. Entramos de lleno a una situación anómica, ausencia absoluta de normas, de reglas, pues, la dictadura militar, como  toda dictadura, no cree en formalidades absurdas, en respeto a los derechos humanos, en juridicidad, en derechos subjetivos, en libertades, etc. Toda dictadura que se precie de serlo  impone sus propias reglas a su conveniencia y la venezolana ha hecho lo propio.
La careta democrática del gobierno rodó por el piso el 6D con las elecciones legislativas. Una dictadura no puede tener a su lado una rama del Poder Público que sea la encarnación del Soberano, es decir, del auténtico y único Poder Popular. Por eso, la dictadura se ha dejado de malos ruidos y ha cortado todas las fuentes que suministran oxígeno al Poder Legislativo. Lo ha minimizado en su totalidad. Diariamente,  el Poder Ejecutivo dictatorial dicta medidas, ahora, no sólo asfixiantes, para el Legislativo, sino abiertamente contrarias a la Carta Fundamental de la República, para que la población no cuente ni siquiera con la excusa de una base de legalidad que le ampare, es decir, ha abierto las compuertas de la persecución lo que le permite arremeter sin piedad contra todo aquello que le desagrade.
La mentira es la primera fuerza de la nueva estrategia, seguida del atropello y de la represión inmisericorde e impune. Se persigue a un sector del empresariado, justamente, en un momento en el que una parte de éste, dio vítores porque uno de sus miembros había sido nombrado ministro de economía. La mentira es el discurso para el regocijo interno y externo. Se orquestan  campañas publicitarias para hacer creer internamente que no tenemos problemas de escasez, de desabastecimiento, de falta de producción nacional, que la gente hace cola porque le gusta reunirse en grupo para conversar. La culpa de la carestía y de las dificultades es de la maldad empresarial que ha optado por  la simplificación de la producción nacional. En el plano internacional, tenemos al frente de la cancillería a una dama que derrama mentiras  e ignorancia hasta por los poros. Ella dice, sin ruborizarse, que  Venezuela  tiene alimentos para surtir a tres países de su tamaño poblacional. La verdad es que esta señora es una vergüenza nacional. Cosas de familia, al parecer, porque su hermano, con su cara y actuar de desequilibrado mental, hace lo mismo y, además,  es tramposo y transgresor  abierto e impune de la ley.
El atropello gubernamental no se hace esperar. Se persigue todo tipo de disidencia. Los venezolanos no podemos protestar pacíficamente ni transitar libremente por el territorio nacional. Se persigue a periodistas,  medios de comunicación,  empresarios,  profesionales,  campesinos, productores agropecuarios, empleados públicos, trabajadores,  amas de casa,  estudiantes,  profesores,  universidades, en fin, al país entero. No podemos activar ningún mecanismo democrático ni jurídico. Y, para lograr tal contención y atropello, nada más idóneo  que apelar al para- militarismo, armar a la población civil servil para que arremeta contra los ciudadanos y, de esa manera, se cierra el círculo de la persecución implacable.

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