DIÁLOGO ¿PARA QUÉ?
Absalón Méndez Cegarra
Absalón Méndez Cegarra
El diálogo, es definido por el Diccionario de la Lengua Española, de varias maneras. La palabra diálogo tiene diversas acepciones, entre otras, las siguientes: “Coloquio, conversación o plática entre dos o más personas”. “Debate entre personas, grupos o ideologías de opiniones distintas y aparentemente irreconciliables, en busca de comprensión mutua”.
La palabra diálogo, en cualquiera
de sus acepciones, se ha puesto de moda en Venezuela. Es considerada, por
tirios y troyanos, como suerte de varita
mágica, capaz de resolver todos los problemas que tenemos. En Venezuela hay
abundancia de diálogo. Lo que no tenemos es comida, seguridad ciudadana,
seguridad social, separación de poderes, Estado de Derecho, democracia y
libertad. El diálogo se da de cualquier manera. Entre dos personas que conversan
amigablemente o con tono subido, hay diálogo. En la Asamblea Nacional hay
diálogo permanente. Todo el que quiere hablar,
habla; los diputados se ofenden y
se abrazan, beben juntos, comen juntos, en fin, puro diálogo. El gobierno habla
de diálogo y dice que lo fomenta porque se reúne con todos los sectores. La
oposición habla de diálogo porque hace lo propio; pero, al final, todos
concluyen en lo mismo: Hace falta diálogo. Algún observador astuto o pícaro, podría preguntar, ¿qué es diálogo?; ¿con qué
se come?; y, ¿para qué sirve? La respuesta es muy fácil. Es un
conversatorio, un encuentro, preñado de
falsas posturas; no se come; y, no
sirve para nada, salvo para engañar incautos y hacer creer al pueblo que se quiere
y se está buscando solución a los problemas nacionales, lo cual no es cierto.
A Venezuela han venido decenas de
misiones internacionales con el
propósito premeditado de impulsar el diálogo. El Papa Francisco se ha
pronunciado a favor del diálogo; la ONU, igual; la OEA, también; UNASUR, por
supuesto; y, así, sucesivamente. Una novedad, es la visita de ex presidentes de
naciones amigas abogando por el diálogo. La solución de Venezuela está en el
diálogo, dicen ; pero, qué curioso, cuando ejercían la presidencia de sus
países de origen, venían a Venezuela a reunirse con el gobierno, procurar ayuda
económica y dar declaraciones de prensa con loas y mensajes laudatorios al
gobierno nacional, al punto de considerar a Venezuela ejemplo para todos los
países del planeta en materia de democracia, pluralismo político, libertad de
expresión, libertad ciudadana, paz, tranquilidad y bienestar social de la
población, algo similar, a un paraíso
terrenal.
Nos vamos a permitir narrar una
anécdota personal que explica las posiciones de algunos países amigos respecto
a la situación de Venezuela, para evidenciar, que la solución no está en el
diálogo, sino en algo que va mucho más allá de la posibilidad de conversar
entre dos o más personas. En una reunión celebrada en el exterior, se
encontraba presente un alto funcionario bancario de República Dominicana. Como es costumbre, el
tema venezolano no podía faltar en la conversación. Uno de los asistentes a la
reunión hizo alusión a la grave
situación del país y de inmediato el
alto funcionario ripostó que para Dominicana la crisis de Venezuela se había
constituido en la tabla salvadora de su país, pues, ahora, canjeaba petróleo
por caraotas con lo cual se había extendido la producción de este grano,
beneficiando ampliamente a la
agricultura y a los agricultores del
país caribeño. ¿Qué sentido tiene, que un ex presidente de la República
Dominicana venga a Venezuela a dialogar para ver cómo se resuelven nuestros
problemas, buena parte de ellos creados por las afinidades, relaciones de
amistad, egocentrismo, omnipotencia y chequera regalada del culpable
de la ruina nacional: Hugo Chávez Frías?
En Venezuela, necesitamos, más
que diálogo, otra cosa. Necesitamos recuperar la confianza en el país y en los venezolanos. Recuperar de
verdad el aparato productivo nacional. Recuperar la importancia del trabajo
honrado, creador, estable, bien
remunerado y protegido socialmente como
garante de los medios de vida de la población.
Educación de calidad, investigación científica, innovación
tecnológica, conservación y
mantenimiento del talento humano nacional. Interdependencia internacional, no
subyugación o subordinación. Conciliación nacional. Libertades plenas.
Restablecimiento del Estado de Derecho. Independencia y respeto de los poderes
públicos. Independencia plena de la administración de justicia. Respeto a la
voluntad popular. Rescate de la riqueza
nacional. Distribución justa y equitativa de la riqueza nacional. Y, muchas
cosas más; pero, sobre todo, necesitamos,
construir o reconstruir, sí alguna vez lo tuvimos, el respeto por el
otro, el carácter e identidad nacional y los principios éticos que deben guiar
y orientar nuestra conducta individual y colectiva, pues nos hemos convertido
en fieras humanas proclives a devorarnos unos a otros y destruirnos totalmente.
Los venezolanos tenemos una
cultura de pueblo trabajador, amante de la paz, tolerante y amplio. Venezuela,
para decirlo con palabras del gran novelista peruano Ciro Alegría, es un país
“ancho y ajeno”. Aquí, en esta parte del planeta tierra, ha tenido y tiene
cabida cualquier persona, ideología,
religión, orientación política, social,
sexual, etc. Venezuela, desde hace mucho tiempo, extremando las cosas, es un
país socialmente horizontal, un país de
“igualados”. Existe, como negarlo, discriminación racial, sexual y social,
ahora, política; pero, en cuantía casi insignificante si la comparamos con
otros pueblos y culturas.
Venezuela no quiere diálogo de
sordos. Falsas posturas. Venezuela amerita con urgencia, cuidados intensivos,
para no sucumbir ante la adversidad. Pide a gritos un cambio radical de modelo
político, económico y social. Un reencontrarnos para vivir todos y mejor. Si la
comunidad internacional quiere ayudarnos a ese reencuentro, mejor, de maravilla, bienvenida; pero, con acciones concretas, no con
declaraciones de prensa ni invocación a un diálogo que no conduce a nada.
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