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EFECTIVIDAD DE LA LUCHA GREMIAL

Absalón Méndez Cegarra


En Venezuela, por circunstancias ampliamente conocidas, existe un ambiente explosivo, de enorme conflictividad social. A la grave situación de inestabilidad política y alteración del Estado de Derecho, por la ausencia presidencial,  errática decisión del TSJ y usurpación del poder, se suma la constitución y activismo de un ejército mercenario llamado milicias; la invasión de un país extranjero; la creación de fuerzas de choque (brigadas de motorizados fuertemente armados y colectivos); y, como si fuera poco, la escasez de alimentos; el desabastecimiento de productos de todo tipo; la inflación acelerada; el desempleo y empleo precario;  la devaluación del signo monetario que ha terminado de empobrecer a la población, sobre todo,  la de menores recursos económicos;  la paralización del aparato productivo; la inseguridad personal; el auge delictivo; y, un órgano legislativo sancionador de normas jurídicas para un país que no existe, mediante las cuales  se pretende regular y controlar lo inexistente, es decir, lo que el supuesto jurídico de la norma da como un hecho, por ejemplo, alquiler de viviendas, adquisición de vehículos, medicinas, servicios médicos y otros bienes y servicios que, antes  y después de la norma reguladora han salido del mercado, porque, precisamente, las políticas gubernamentales, curiosamente,  han hecho que desaparezcan.


Todos estos hechos y fenómenos políticos, sociales y económicos constituyen terreno fértil para el conflicto y el estallido social, al parecer, lo que el gobierno de facto busca y provoca con ansias; pero, que, el pueblo inteligente lo frena y contiene para evitar un derramamiento de sangre y una guerra fratricida. El gobierno de facto, si estuviese animado de buenos propósitos y entendiera la dimensión de la crisis, debería propiciar un ambiente de mayor tolerancia y acercamiento hacia todos los sectores para encarar la difícil situación con mesura y capacidad resolutoria e ir construyendo un piso de paz, bienestar y tranquilidad ciudadana, por el bien de todos. Contrariamente, a diario, mediante la celebración de cualquier cosa por insignificante que esta sea, e, inclusive, contrarias a las banderas que se enarbolan, se atiza el fuego del odio, el resentimiento y el irrespeto a las diferencias.


En Venezuela, la mesa está servida para que nazca o renazca todo un movimiento de masas. Hasta ahora, el gobierno ha tenido un éxito indiscutible en la destrucción del gremialismo, de los sindicatos, de las asociaciones civiles, de vecinos, en fin, de la organización y movilidad social y de la lucha por la defensa de reivindicaciones laborales y sociales. El gobierno ha creado un mercado social en el que todo se compra. Esta compra es garantía de sumisión, resignación, apatía, indiferencia o del éxodo; sin embargo, de un tiempo a esta parte, producto de tanto atropello, mentira, engaño y demagogia, ha comenzado a florecer un movimiento o varios movimientos: estudiantiles, laborales, de vecinos, agricultores y otros, que luchan de manera aislada por el respeto y defensa de sus derechos ciudadanos. Se requiere, en consecuencia, poner atención a este despertar de la población y canalizar su enorme potencial para encarar de una vez por todas y por la vía pacífica y civilizada el desafuero gubernamental.


En los días que corren, hay una reacción estudiantil y gremial-laboral por razones que no ameritan explicación alguna, por cuanto son del conocimiento público. Los estudiantes, como siempre lo han hecho, con la fuerza y empuje que da la juventud, han entendido su rol histórico en el momento que vive la patria y se han lanzado a la calle con una petición justa, legal, inobjetable: ¿cuál es la verdad sobre la salud del presidente de la República?  Como respuesta oficial han recibido una andanada de insultos e improperios. El presidente de la Asamblea Nacional llegó al extremo de amenazarlos con lanzarles el pueblo para que los acribille, es decir, la noción de pueblo que tiene este señor en su escasa inteligencia. Es, más, habló que les podían ocurrir cosas peores. Hay brotes, igualmente, de obreros en las empresas de Guayana y otros lugares del país, de damnificados reclamando las viviendas prometidas, de trabajadores de PDVSA y de trabajadores universitarios. La semana que culmina, en el caso específico de los trabajadores universitarios, se paralizó la UCV durante casi toda la semana, en reclamo por la firma del contrato colectivo que permita un aumento de salarios y el mejoramiento de las condiciones generales de trabajo. Los profesores, por su parte, se mantienen en pie de lucha porque su situación económica es, sencillamente, insostenible.  La devaluación del signo monetario ha reducido a la mitad el ingreso que percibe toda persona asalariada. El Salario Mínimo se ha convertido en basura.


Estos brotes de conflictividad aislados terminan en mayor desencanto, frustración, rabia e indignación. Primero, porque no logran despertar entusiasmo, apoyo y respaldo popular. Segundo, porque la ausencia de coordinación entre los distintos brotes genera un desgaste de fuerzas y energías, con un costo muy alto y pobres o nulos resultados lo que desestimula y paraliza a los actores.


Es necesario, buscar los mecanismos que permitan hacer eficiente la lucha gremial.  Sólo, conjuntando intereses, será posible baja de las nubes al poder de facto.

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