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LA REMUNERACIÓN AL TRABAJO Y AL NO TRABAJO 

Absalón Méndez Cegarra

En Venezuela todo se ha desestructurado. Las instituciones consideradas más sólidas se han fragmentado y, muchas de ellas, se han derrumbado por completo.


Sobre el venezolano como fuerza de trabajo se han tejido varias leyendas. Unas, afirman que el nativo es flojo por naturaleza. Otras, afirman lo contrario. Las leyendas tienen, también, mucho de determinismo geográfico. Pareciera que la flojera o no para trabajar está influida por el medio geográfico: el hombre del mar, el pescador, tiene jornadas laborales nocturnas, duerme y descansa durante el día; el hombre del llano, el llanero, su jornada laboral es mañanera y la tarde la dedica al descanso; el hombre de montaña, el campesino agricultor andino, trabaja de sol a sol, sin descanso.


En una ocasión leímos en algún texto un escrito en el que se establecía una marcada diferencia entre empleo y trabajo. Se decía que al venezolano le gusta un empleo, no trabajar. Las generalizaciones son siempre malas, por lo tanto, no es bueno hacerlas.


Un empleo es un cargo, un puesto, por el que se recibe una remuneración sin indagar sobre cosas como productividad, resultado, etc. En cambio´, un trabajo es otra cosa. Un trabajador es quien realiza una actividad física o intelectual sobre el objeto del trabajo, cuyo resultado es visible, medible, cuantificable, se expresa o manifiesta en bienes 0 productos, por cuya realización recibe un salario o no. El trabajo es objetivo. El empleo subjetivo. La remuneración del trabajo es un salario. La remuneración del empleado es un sueldo.


La ley que regula las relaciones laborales ha sido pensada para el trabajador dependiente, subordinado, que realiza su trabajo para un empleador que se beneficia del resultado del trabajo, es decir, de los bienes y servicios producidos por el trabajador. Mientras que la ley que regula la relación del empleo público, de los funcionarios públicos, independientemente de las teorías que explican la relación del empleado público con la función pública, por ejemplo, la teoría estatutaria aplicable en Venezuela comienza por el establecimiento de un Manual de Cargos. Lo importante es la definición del cargo. No, el trabajo que supone el ejercicio del cargo.


Venezuela, auspiciado por el gobierno nacional, se ha convertido en la sociedad del no trabajo. Posiblemente, la sociedad nacional es la que cuenta con más días feriados, no laborables. El presidente de la República no es amante del trabajo, se autocalifica como obrero, mejor dirigente sindical, en el entendido que el dirigente sindical, curiosamente, deja de ser obrero o trabajador, para convertirse en empleado o ubicarse en otra estratificación social, llamémosle, licencia sindical, suerte de trabajador privilegiado, en ocasiones, muy cercano al empleador y bastante alejado de sus compañeros de clase: los trabajadores.


Las referencias anteriores vienen al caso para comentar una situación laboral perniciosa que se viene presentando en Venezuela desde hace algunos años, la cual se ha agudizado durante el tiempo de pandemia covid-19.


En varias ocasiones el presidente de la República ha hecho pública su voluntad de reducir la jornada laboral para que los trabajadores disfruten de mayor tiempo libre y dediquen dicho tiempo a la recreación, el esparcimiento y a elevar su formación educativa general.


El empleado, funcionario o servidor público venezolano, pues, los tres términos se utilizan como si se tratase de sinónimos, tiene una productividad laboral muy baja, aunque no se cuenta con estadísticas sobre el particular; pero, empíricamente, se sabe del bajo rendimiento funcionarial, es fácilmente observable, como en algunas entidades públicas, sobre todo las que prestan servicios públicos, el empleado llega al puesto de trabajo, deja colgada una prenda de vestir, para que e l supervisor o jefe sepa que está presente y, de inmediato, sale a desayunar, regresa al puesto de trabajo, atiende su teléfono y, más tarde, sale a almorzar y retorna, justo, a la hora de salida. Esto fue caracterizado por el gran “Cantinflas” en una de sus laureadas películas. De manera que a lo sumo se labora unas dos horas al día en una jornada de siete u ocho horas diarias.


La situación es evidente en un contexto que conocemos ampliamente: la Universidad Central de Venezuela (UCV). En ella se ha perdido por completo la cultura del trabajo, la vocación de servicio y el apego o arraigo institucional. Desde antes de la pandemia ya se advertía una cierta fatiga o desagrado por el trabajo en la Institución; pero, el covid-19, acabó con todo, con la poca mística y, agregaríamos, la ética laboral. La UCV, fue abandonada por casi todos sus profesores, empleados y obreros. Hemos señalado en varias oportunidades, que, sí, las autoridades universitarias asumieran con propiedad y valentía la convocatoria a la presencialidad, no concurriría ni un tercio de la nómina global de la UCV, ya que buena parte de los profesores, empleados y obreros han buscado cobijo laboral en otros lugares. La UCV ha quedado para lo residual, el tiempo que nos queda libre. Un porcentaje elevado de la nómina está conformada por empleados, no, por trabajadores. Es duro decirlo. La verdad duele. Esta situación real, objetiva, constatable, sí, se quisiese, es lo que nos permite afirmar, responsablemente, que, para muchos, en la Universidad, los que no trabajan en ella, ni para ella, el sueldo que se recibe es demasiado elevado; mientras, que, para otros que sí trabajan, el sueldo es miserable, precario, una ofensa a la dignidad de los trabajadores. Debemos, todos, al unísono, revertir esta grave situación laboral. Rescatar la mística y el amor por el trabajo y por la Universidad.

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