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PUEBLO RESIGNADO, PUEBLO DESGRACIADO


                                              PUEBLO RESIGNADO, PUEBLO DESGRACIADO
                                                                                                                     Absalón Méndez Cegarra
La frase que sirve de título al presente artículo la escuchamos de labios de un taxista de la ciudad de Bogotá, Colombia. Hace poco días tomamos un taxi en la capital colombiana y el chofer luego de explorar quienes habían abordado su vehículo, al descubrir nuestra nacionalidad empezó a describir la tragedia de Venezuela;  y, como quiera que Colombia está viviendo, también, un proceso electoral presidencial, con un candidato ex guerrillero y amigo de Chávez y Maduro, quien puntea en algunos lugares las encuestas, señalo que la población colombiana no quería que en su país se repitiese lo que ha ocurrido en su vecina Venezuela; pero, al mismo tiempo, trataba de responderse el porqué de la  aceptación  del candidato colombiano  chavista-madurista.
El taxista, en su monólogo, por cuanto sus pasajeros éramos  solo receptores,  continuó la  charla y abundó en asuntos de la política colombiana tales como la guerrilla, el paramilitarismo, el  narcotráfico, el acuerdo de paz, el financiamiento venezolano al candidato ex guerrillero, el perdón o justicia transicional,  y, lo más sorprendente de todo,   la importación-cedulación de venezolanos para que sufraguen por determinado candidato, por lo que el éxodo  o diáspora de venezolanos  hacia Colombia es aprovechado con fines electorales, de igual manera, que en Venezuela, en los procesos electorales,  se ha hecho con los colombianos.
 Pueblo resignado, pueblo desgraciado. El análisis del taxista lo condujo  a la búsqueda de  explicación a la conducta o comportamiento de los venezolanos al  aceptar tanto atropello,  vejamen, hambre y  miseria. En esos términos se refería a la resignación. Hablaba de Venezuela como un pueblo hijo de Bolívar, El Libertador, amante de la libertad y de la democracia, un paraíso de país, inmensamente rico, envidia de los países latinoamericanos. Y,  de los colombianos en el pasado reciente. El taxista, no hallaba como explicar la destrucción de Venezuela. Menos encontraba explicación a que tuviésemos los venezolanos  como presidente de la República a un paisano suyo, además, con aspiraciones objetivas de continuar gobernando sin mérito alguno, pues, aún, habiendo hecho un mal gobierno, contaba  con una clientela política favorecedora, a sabiendas que más del 80% de la población venezolana lo detesta, lo rechaza por incompetente.
Resignación, significa, sencillamente, conformidad. Y, ciertamente, a los venezolanos, por extraño fenómeno, se nos ha inoculado el virus de la conformidad, de la quietud, inactividad, pasividad  y desmovilización. Este fue el legado que nos dejó una falsa oposición al régimen chavista-madurista. Los venezolanos, ya,  ni siquiera, nos reconocemos a nosotros mismos. Protestamos por todo lo que está sucediendo. Nos llenamos de coraje, de rabia,  por la apropiación indebida de la banca de nuestros sueldos, salarios y pensiones; por las colas que debemos hacer para cualquier cosa y en cualquier sitio, por la elevación indiscriminada de los precios de los bienes y servicios,  la pérdida del poder adquisitivo del signo monetario nacional,  la falta de efectivo,  la desintegración de las familias debida  a la diáspora, en fin, por lo inaguantable e insoportable que está la situación; y, sin embargo, no hacemos nada, al contrario,  estamos embarcados en un proceso electoral y este domingo 20M, muchos acudirán a las urnas electorales a otorgarle el premio mayor al presidente reeligiéndolo  para  un  nuevo período constitucional de seis años, como si viviésemos en un país normal. Aquí, en este punto, tiene cabida, la frase lapidaria del taxista bogotano: pueblo desgraciado. Desgraciado, no, en el sentido de falta de gracia o, teológicamente, de gracia divina, sino en el sentido apocalíptico de fin de mundo, de destrucción, de aniquilamiento.
Los venezolanos, al parecer, no identificamos debidamente los responsables o culpables de la destrucción nacional y, consecuencialmente, no logramos comprender la magnitud de la crisis y saber que la crisis no es pasajera, ni la solución está a la vuelta de la esquina. No se trata de promesas efectistas del tipo que a partir del 21M la lucha contra la “guerra económica” será implacable, sin señalar por qué esa lucha no se ha puesto en práctica; tampoco, la “dolarización” de la economía, pues, ya lo está, lo único que no está dolarizado son los sueldos y salarios que reciben los trabajadores. Venezuela requiere, necesita,  un estremecimiento total, ser reconstruida en todos los sentidos, inclusive, en el ser venezolano y el carácter nacional.

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