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ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA



                                                    
    
  Absalón Méndez Cegarra

 
Los seres humanos somos propensos a cometer errores que son condenados por la sociedad a partir de determinados esquemas de valores. Superada la etapa de hacer justicia por nuestras  propias manos, la sociedad ha entregado a la Institución conocida como  Estado el monopolio del castigo. Los Estados, en ejercicio de ese monopolio,  valoran nuestras conductas y las tipifican como delitos y  faltas que deben ser sancionadas por ser contrarias a la convivencia social. Esto sucede en lo que hoy se conoce como Derecho Penal; pero, también, ocurre en cualquier otro campo de la vida en sociedad.
La administración de justicia es la misión más delicada y compleja que la sociedad organizada confía al Estado, en el entendido que el Estado le representa y se erige como la personificación jurídica de la Nación. Razón por la que las sociedades han tenido particular cuidado al momento de  seleccionar a los juzgadores de la conducta humana. Los requisitos para ser juez deben ser sumamente rigurosos. No existe otra función que entrañe tanta responsabilidad, seriedad, conocimientos jurídicos y de la conducta humana, vocación de servicio, comportamiento ético, independencia de criterio, entre otras cualidades, que la del juzgador.
En Venezuela, lamentablemente, sobre todo en los últimos tiempos, la selección de los jueces  es  un proceso que se ha flexibilizado y relajado tanto, que, con contadas excepciones, “cualquier burro o burra  con corbata” es magistrado del más alto tribunal de la República o de cualquier instancia judicial constitutiva del aparato de administración de justicia. Buena parte de los magistrados del TSJ no cumplen los requisitos constitucionales y legales para ocupar la magistratura.  Esta es una verdad del tamaño de un templo. La mayoría de los jueces de instancia son provisorios, porque al gobierno le interesa que así sea para poder influir sobre ellos y torcer, a su antojo, la recta aplicación del Derecho y la justicia; por consiguiente, nuestra administración de justicia tiene demasiadas dolencias y la principal de ellas, que afecta  la cabeza del poder judicial, es su inconstitucionalidad, ilegalidad e ilegitimidad  para ser juzgadores, con el perdón de los jueces probos y rectos que existen.
Estos  comentarios sobre la administración de justicia en Venezuela vienen al caso al recordar la trama de una hermosa novela corta de Stefan Zweig, gran escritor nacido en Viena, en el año 1881, denominada: “Los ojos del hermano eterno”. La trama de esta novela, en nuestra opinión, no literaria, por supuesto, es una requisitoria a la administración de justicia y a los juzgadores en todos los tiempos. El personaje central de la novela de Zweig,  es “Virata”,  gran guerrero, primero, y, luego, gran juzgador y consejero del reino de Rajputa. Virata, como buen siervo, dominó a la disidencia del reinado con su espada invencible; pero, en esa misión dio muerte a su hermano con su espada, hecho que le torturó psicológica y moralmente durante toda su vida.  En todos sus actos veía los ojos acusadores de su hermano muerto. Virata, durante varios años se desempeñó como juez y en su ejercicio demostró ser un juez recto, justo, imparcial,  cuyas sentencias no eran contradichas; pero ocurrió que fue llevado ante su presencia un asesino, quien, admitió, rápidamente, su culpabilidad; pero, recriminó a Virata y a sus denunciantes los criterios de verdad con los que sería juzgado. En efecto, preguntó a Virata: ¿Cómo puedes saber lo que es verdadero y lo que es falso desde lejos, si tu conocimiento sólo se nutre del hablar de la gente?  Virata lo sentenció. Virata, poco tiempo después, pidió al Rey una licencia, y, calladamente, sustituyó al reo en las mazmorras a las que lo  había confinado. Permitió que éste  se fugara y él, Virata, ocupó su lugar y sufrió las torturas impuestas y el encierro en la oscuridad. Virata quería seguir siendo un juez justo y para ello necesitaba conocer la verdad, al conocer la verdad, dejó de ser juez y se retiró en solitario a una montaña. No quiso seguir enjuiciando y castigando a personas  por dichos de terceros.  Por eso, el sistema judicial actual  ha creado un artificio para que los jueces no carguen con culpas, la llamada “verdad procesal”, la cual puede o no coincidir, con la verdad verdadera; pero, esa verdad procesal condena  y priva de libertad a personas inocentes como ocurre con frecuencia en Venezuela.
La historia de Virata es una gran lección para el sistema judicial venezolano y la formación de los jueces. Materia obligatoria para ingresar a la carrera judicial.

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