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ATRIBUCIÓN DE VIRTUDES

Absalón Méndez Cegarra


En Venezuela y, seguramente, en muchos lugares del mundo, existe la costumbre de no hablar mal de los muertos, entre otras cosas, por miedo o, por elemental, respeto y, en caso  que proceda hacer algún comentario, el mismo, casi siempre, es positivo; pero, tal cosa sucede, en los actos velatorios y, luego, no se  habla más del asunto, quedando todo a la reserva de los deudos o familiares del difunto. Esta vieja costumbre que identifica la solidaridad y acompañamiento de los venezolanos como uno de los rasgos del carácter nacional, se ha roto en esta ocasión, a raíz de la desaparición física del señor Presidente de la República, cuando se ha exagerado hasta el infinito atributos personales y de la gestión de gobierno, los cuales  distan mucho, y, con todo respeto, de ser verdaderos.
El tiempo transcurrido desde la ocurrencia de los hechos no ha sido el  suficiente para que objetivamente se analice la personalidad y gestión gubernamental de un hombre que, dotado  de todos los poderes y de todos los recursos económicos del mundo, dirigió los destinos del país durante 14 años a su real saber y entender.  Se anuncian algunos  comentarios tímidos  por la prensa escrita, elaborados con sumo cuidado, para nuestro  gusto, uno de los mejores, el de la distinguida periodista Milagros Socorro, en el Diario El Nacional, a los fines de  no incurrir en error que permita ser calificado de irreverente o irrespetuoso de un dolor nacional, lo que nos parece positivo; por consiguiente, corresponderá al futuro, a la historia, valorar lo sucedido en Venezuela en las últimas décadas del siglo XX y la primera del siglo XXI; pero, tal posición, sabia y conveniente, no puede conducir a una especie de ceguera o obnubilación  que, caiga en la complicidad, al calificar, sólo por conveniencia, por no molestar u ofender determinados intereses, como bueno, lo que pública y abiertamente, es o ha sido malo.
Las exequias presidenciales, prolongadas, como hemos dicho en artículos anteriores, más de lo normal, sólo por el socorrido interés de utilizar la imagen presidencial y el supuesto o real  arraigo que tuvo en la población con propósitos y fines electorales, en lo que no medió respeto alguno, no pueden dejar espacio para la construcción de un mito, para la canonización de un ser cuyas virtudes, como humano, no fueron jamás, nunca, las que se le atribuyen o pretenden atribuir,  por el interés  de mantenerlo como el   porta aviones  que  fue y sirvió de plataforma para que miles de recién llegados y sin mérito alguno se hicieran del poder.  Inclusive, la herencia, según nuestra legislación civil hay que merecerle. Las personas calificadas como indignas no son merecedoras de recibir heredades. El señor Presidente de la República ya no está entre nosotros lamentablemente. Está muerto, ya no vive, es necesario dejarlo descansar en paz y que cada quien haga su valoración y cultive su propio capital político. Mantenerlo como si estuviese vivo, en campaña electoral, apoyando candidatos, es un acto de franco irrespeto y de muy escasa capacidad intelectual, porque hay cosas que, por mucho que se quiera, como es el caso del liderazgo, no se transmiten.
El señor Presidente de la República, recién fallecido, como todo ser humano, tuvo bondades y no bondades, cosas positivas y cosas negativas; pero, sí, por la coyuntura electoral, conviene a un sector político  destacar las bondades, lo que no es objetable, siempre y cuando se mantenga cierta mesura y objetividad,  deja lugar a otros sectores para que hagan lo propio; pero, en sentido negativo, lo,  que, naturalmente, enturbia las aguas proselitistas y la figura presidencial se convierte en el centro del debate electoral, a nuestro juicio, indebidamente y, de ahí, a la falta de respeto a su memoria, respeto que, a esta alturas, nadie puede reclamar en su favor, por cuanto las aguas se derramaron desde un primer momento.
Atribuir a un Jefe de Estado que ya no está en el mundo terrenal,  atributos, cualidades y virtudes que, objetivamente, no tuvo en vida, no nos parece un correcto proceder. E Jefe del Estado, con intención o sin ella,  desató miles de pasiones,  dejó muchas cosas que lamentar y heridas que no han sanado todavía,  luto y dolor en muchos hogares venezolanos, exilios injustificables y una desestructuración de la familia y la sociedad venezolana. Decir, ahora, que el Presidente es un libertador y  colocarlo al lado y a la altura  de Simón Bolívar. Decir que es un redentor de los pobres y colocarlo al lado de Jesucristo, es decir, de Dios, nos parecen exageraciones que no vienen al caso, por cuanto no fue ni lo uno ni lo otro.
Venezuela, vive momentos de regresividad en su proceso de independencia y liberación. Hoy, más que ayer, el país ha pasado, nuevamente, a una situación colonial. En pleno siglo XXI, cuando la comunidad internacional repudia y condena el colonialismo y favorece la libre autodeterminación  de los pueblos, nosotros, los venezolanos, curiosamente, involucionamos. De ser un país libre, con pleno dominio de nuestras riquezas naturales y del acontecer político, hemos pasado a una situación de sometimiento y subordinación de grandes y pequeñas potencias que hacen libre uso de nuestro diario acontecer. El centro de decisiones políticas y económicas no está en el país, ha sido trasladado mar afuera, en otras latitudes. Con sobrada razón, los representantes del gobierno de la República Popular China,  con grandes intereses económicos en el país, en el marco del luto nacional, se dejaron de tonterías, y colocaron, rápidamente, las piedras en el camino ante el nuevo gobierno. Igual, hizo, la amiga Rusia.
La pobreza en Venezuela no ha sido derrotada. No ha venido, todavía, un mesías, un redentor,  que se ha encargado de ello. Se mantiene viva y en crecimiento. Repartir mendrugos de pan a sectores de población privados de muchas cosas y con variedad de necesidades por satisfacer, no significa solucionar un fenómeno social de largo alcance y raíces profundas, además, multicausal. Ya habrá tiempo, en otra oportunidad, de volver sobre el asunto. Por, ahora, no atribuyamos virtudes exageradas a quien, humanamente, no las tuvo.

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